domingo, 20 de junio de 2010

La Dama Marchita (fragmento)



Y de repente, un día como cualquier otro, entró la otra criada a la cocina.
-¡La calle está como loca! -exclamó apoyando la bolsa con verduras arriba de la mesada. La observé con desinterés. Continuó:
-Todos hablan sobre el cambio de clima. Dicen que de templado pasará a ser frío, ¡como en el sur!
-A mí me gusta el frío... -exclamó Lady Augustine levantando la mirada del suéter que estaba tejiendo, luego se encogió de hombros, arrugó la nariz y siguió en lo suyo. Con frecuencia me preguntaba por qué teniendo una sala tan cómoda y espaciosa tenía que venir a tejer en la cocina con nosotras, las criadas.
-Es dentro de un tiempo las temperaturas no van a llegar a los quince grados, ¡eso es mucho frío, señora Kutcher!
-¿Y cómo te enteraste? -dijo Lady Augustine con una dicción similar a la de la criada.
-Me lo dijo la verdulera, luego el zapatero... -se detuvo para pensar-. El farmacéutico dice que casi todos los días van a ser nublados, va a llover más y el sol se va a ver cada vez menos, -su rostro se ensombreció- y el tiempo no va a volver a estar como antes.
Lady Augustine, desinteresada, volvió a recostarse en el sillón. Yo dejé de cocinar. Me quedé mirando al vacío y apretando los puños, una lágrima comenzó a escaparse: "El sol se va a ver cada vez menos." La escena transcurrió con la más cotidiana naturalidad, nadie sabía que mi alma se estaba derrumbando. Salí al patio precipitadamente.
Apoyé ambas manos sobre la escalinata de piedra y comencé a llorar de manera silenciosa. Una mano de hielo oprimía mi pecho con fuerza, mientras contemplaba con languidez el jardín: todo se había contagiado de un color grisáceo. Miré lentamente hacia el cielo y las pequeñas gotitas de lluvia caían como espinas congeladas en mi rostro, busqué el sol y no lo vi. Entonces comprendí el significado de tan claro mensaje.


-Dios es dueño de una justicia absoluta -susurré.
Él se había ido. Él estaba ahí, pero no estaba conmigo. Al igual que el sol, estaba presente, pero se escondía tras las espesas nubes de tormenta. Me encontré rendida, resignándome a que no volvería a ver crecer una flor en el jardín, ni a sentir su aroma. Y era perfecto, porque no quería oler nunca más algo que no fuese su perfume. No más sentir la textura del pasto, ni ser reconfortada por el calor del sol, ¿para qué? ¿Qué podían darme ellos que no hubiese tenido rozando su piel, ni recibiendo calor de su cuerpo? ¿De qué sirve correr entre la hierba, tocar los rayos del sol con las manos? Si estas manos antes habían rizado su pelo por horas, ¿cómo podía conformarlas acariciando los rayos del sol?
Sin el Señor Kutcher el verano no tuvo más razón de existir, las mariposas de mi cuerpo murieron, y mis piernas debieron aprender a temblar sólo de frío. Con un poco de suerte aquel lago se volvería hielo, y entonces al pasar por ahí nadie podría sentir la presencia de aquellos amantes, de todo el amor que había existido en ese lugar tiempo atrás.
Al salir del estupor, comprobé que mi mano había quedado marcada de tanto estar apoyada en la escalera. Limpié los restos de piedra y decidí entrar a resguardarme del frío. En adelante ya no tendría la necesidad de estar ligera de ropa, mi piel ya no sería suave y bronceada. Me limitaría a esconderla bajo abrigos, comenzaría a tornarse pálida y seca, y ningún hombre volvería a mirarla ni a rozarla. El balance del universo es tan perfecto, que con frecuencia me preguntaba en qué lugar del mundo, a qué alma en desgracia estarían mis lágrimas brindando felicidad.

sábado, 19 de junio de 2010

La gripe que no era





2 de julio de 2009 
Si puedo tener tiempo de escribir estas líneas en este momento, es porque mi colegio está cerrado. También suspendieron mi viaje de egresados. Mis vacaciones de invierno llegaron de un día para el otro, antes de lo que esperaba. Por ahora no tengo tarea, no tengo que estudiar, ni hacer trabajos prácticos. Sigo yendo a trabajar, porque nadie me lo impide, y estoy averiguando por mensajes de texto si de verdad cerraron el teatro o puedo seguir yendo. Tengan en cuenta que una comedia musical como la que estamos preparando lleva muchas horas de ensayo, es decir, esto no nos cae como anillo al dedo. En pocas palabras lo que quiero transmitir es esto: la gripe cochina me tiene harta. O mejor dicho, la paranoia que genera es lo que me cansa, o tal vez el hecho de que es una excusa más que tiene el sistema capitalista para lucrar. Así es, mientras nosotros nos convertimos lentamente en cerditos, hay gente que se está beneficiando con esta pandemia.
Toda mi locura empezó cuando llegué ayer a la tarde a mi casa con dos amigos, después de saludar a otro amigo por el cumpleaños. Mi mamá estaba postrada en cama, parecía que estuviera en sus últimos momentos. “¡Aaaaay! Tengo la griiipe...” alcanzó a decirme con voz de espectro. Yo la miraba y tenía la certeza de que había estado toda la tarde repasando mentalmente su testamento, y que seguramente todavía lo seguía haciendo. “No vayas al cine, ¿vas a dejar sola a mamá que se está muriendo?”, me dijo. Pero es normal en ella entrar en ese estado de agonía cada vez que está enferma. 
Mis dos amigos salieron de casa tan rápido como entraron, y se taparon la boca con las bufandas. No sea cosa que entre en sus pulmones el aire superviciadísimo y requetecontaminado de gripe que supuestamente había en mi casa. Tampoco preguntaron si necesitaba algo, simplemente maldecían porque estaban seguros de que ya se habían contagiado. Ayer, charlando sobre el tema -como no podía ser de otra manera-, un amigo me dijo: “¿No creés en la gripe? ¿Tampoco crees en la gravedad entonces?” Estos son simplemente ejemplos que uso a modo de ilustración para lo que quiero transmitir. Ejemplos de que la gripe ya no es gripe, sino que es una religión que tiene tanto poder de credibilidad como la ley de gravedad. Y tal vez tampoco sea un credo, sino un asqueroso comercio.
En verdad a este punto quería llegar. Yo no estoy diciendo que la gripe sea mentira, es más, es algo de lo que verdaderamente hay que cuidarse porque esta muriendo gente, pero no los voy aburrir con un cuento que escucharon miles de veces. Lo que verdaderamente me indigna y me hace pecar de ira es el hecho de ir a pedir un termómetro al consultorio de enfrente y que una señora me diga: “¿Tu mamá es la señora de enfrente? ¿Y tiene la gripe mala?” seguido de una cara de indignación, y de correr la mirada como si el virus le fuera a entrar por los ojos. 
Me harté de escuchar los noticieros, ilustrando cada indicación con imágenes perturbadoras, y la música de El Exorcista como cortina de fondo. Ellos también se benefician con un problema menos: tema para hacer notas no falta. 
También me exaspera que estén cobrando más cinco pesos las pocas botellas de alcohol que quedan, y que los precios de los barbijos aumenten minuto a minuto, como si estuvieran hechos de papel de dólar.
Esto no es una crítica más a la sociedad, ninguno de ustedes tiene poder sobre las influencias externas que recibe. Simplemente esta nota es una crítica más al capitalismo y a los medios de comunicación, que cada día me caen menos simpáticos. Estados Unidos es el país con mayor cantidad de enfermos y muerte, seguramente porque también es el más consumista y capitalista. Hasta en eso tienen que ser los primeros. Ahí tienen otro ejemplo de que la pandemia es un comercio más, al igual que la guerra y la crisis.
¿Y qué se puede hacer en una situación de estas características? Ahora mismo, mientras que cuido a mi mamá, seguramente me ponga a ver una película. Es así, la vida continúa.
Tuve gripe hace un tiempo, fueron pocos días. El médico me dijo que tuve la porcina, y fue gracioso porque yo ni me había enterado. Creo que ahora soy inmune, pero por lo que veo ninguno de nosotros es inmune al lavaje de cerebro. Gracias por la atención.