miércoles, 24 de octubre de 2012

El secreto de sus ojos y el concepto de justicia


La película argentina ganadora del premio Óscar, El secreto de sus ojos, plantea un sinfín de dilemas morales, desde la inculpación de dos trabajadores inmigrantes y el allanamiento ilegal de una propiedad para esclarecer un crimen, hasta la liberación de un asesino por cuestiones políticas.
Se trata de un largometraje realizado en el año 2009, a partir de una combinación de drama y suspenso. Dirigida por Juan José Campanella y basada en la novela La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri, el film está protagonizado por Ricardo Darín, Soledad Villamil, Pablo Rago y Javier Godino, con la participación especial de Guillermo Francella. Como se destacó anteriormente, en 2010 se convirtió en la segunda realización argentina en recibir el Óscar a Mejor Película Extranjera, después de La historia oficial.
El argumento transcurre en la Argentina de los años ‘70. Benjamín Espósito es oficial de un Juzgado de Instrucción de Buenos Aires y está a punto de retirarse. Obsesionado por un brutal asesinato ocurrido treinta años antes, decide escribir una novela sobre el caso, del cual fue testigo y protagonista. Reviviendo el pasado, viene también a su memoria el recuerdo de una mujer, a quien ha amado en silencio durante todos esos años.
Más allá de la historia de su protagonista, El secreto de sus ojos presenta una trama compleja repleta de detalles, imposible de desarrollar en pocas líneas. Sin embargo, uno de los momentos que mayor impacto emocional generó en la audiencia se desarrolla durante el desenlace. Se trata del clímax de la película, en el cual Espósito va a visitar a Morales, cuya esposa fue asesinada hace más de treinta años. El viudo se había mudado en 1975 a una casa aislada en las afueras de la Provincia de Buenos Aires. Durante la visita, ambos discuten varios de los eventos que ocurrieron durante y después del caso, pero Morales se descontrola después de que Espósito le pregunta cómo hizo para sobrellevar la injusticia con la que finalizó su causa. Morales le responde que él mismo se había encargado de secuestrar a Isidoro Gómez –el asesino de su mujer– y de tirotearlo en el baúl de su auto. No del todo conforme con la explicación, el protagonista se retira. Sin embargo, tras una profunda reflexión guiada por recuerdos, detiene el auto y se dirige de regreso a la casa. Lo hace al recordar el empeño que tenía Morales en que Gómez sufriera una estadía eterna en prisión, y no eludiera su castigo a través de la pena de muerte. De esta manera, llegó a la conclusión de que era imposible que el damnificado le hubiera dado el gusto a su agresor.
Al regresar, Espósito encuentra a Morales entrando en un granero con un plato de pequeños trozos de pan. Sin ser descubierto, avanza y mira por detrás de la puerta: lleva ese plato a una celda de cuya oscuridad sale un hombre muy avejentado, quien resulta ser Gómez, a quien Morales mantuvo preso y alimentado, sin dirigirle una sola palabra durante 25 años.
Dentro de su prisión, Gómez se aproxima a Espósito y le ruega: “Dígale que por lo menos me hable”. En ese momento Morales, con seriedad, se justifica ante Espósito: "Usted dijo perpetua".
Este último diálogo remite a una escena anterior de la película. Luego del asesinato de su esposa, Morales le pregunta a Espósito –encargado de la investigación– qué condena le tocaría al culpable, en caso de ser atrapado. “Homicidio calificado por violación, le corresponde perpetua”, le contesta fríamente el personaje interpretado por Ricardo Darín.
A los ojos del espectador, se trató de una simple aclaración. Sin embargo, estas palabras, que quedaron retumbando en la mente del viudo durante años, lo inducirían progresivamente a tomar la decisión de hacer cumplir la ley por sus propios medios.
Finalmente Isidoro Gómez es capturado, juzgado y condenado, pero apenas un mes después, queda en libertad. El privilegio le es concedido gracias a un rival de Espósito, quien lo contrata como sicario de la facción de derecha del Partido Peronista.
El hecho de que el asesino de su mujer saliera en libertad devasta a Morales. Pero luego, el sentimiento de impotencia lo lleva a investigar a Isidoro, fraguando un sentimiento de venganza hacia él, y un afán de aplicar por su cuenta aquello que no logró encontrar en el sistema judicial argentino.
La decisión tomada por Morales lleva inevitablemente a la pregunta: si el sistema no funciona, si la víctima castiga al culpable por su cuenta, ¿se hace justicia de todas maneras?
En este caso, el personaje encarnado por Pablo Rago consideró que la justicia es un privilegio que el hombre podía otorgarse a sí mismo, sin intervención de un juez –como lo dispondrían los más apegados a las normas– y sin intervención de Dios –como lo aprobaría un religioso–.
En este caso, Morales tal vez no haya nacido con un espíritu vengativo, sin embargo el profundo amor que sentía por su mujer –el cual se ve reflejado en la película– lo obliga a enfrentarse a ese desconcertante dilema moral, inclinándose finalmente por la opción menos apropiada desde el punto de vista ético, y más ligada a lo pasional.
Cabe resaltar que ninguna de las dos salidas era sencilla. No era fácilmente soportable la humillación de tener que ver en libertad a alguien que había violado y matado a su esposa, y tampoco es viable la presión psicológica que surge de mantener a otra persona en cautiverio, tratándose de un ser humano en pleno uso de sus facultades mentales.
La otra pregunta que surge a partir del accionar de Morales es: ¿La prisión perpetua es un castigo lo suficientemente equitativo para el crimen que cometió Isidoro Gómez? Se está hablando de una reclusión donde se lo alimenta sólo lo suficiente como para poder mantenerlo con vida, en la cual no recibirá palabra ni contacto con ningún otro ser humano hasta el día de su muerte.
Al respecto, la Constitución Nacional reza, en su Artículo Nº 18: “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice.” Esto demuestra que, según la Ley Suprema, la prisión es para seguridad y no para castigo. En otras palabras, este último no es considerado justicia.
Y si lo estipulado por la Constitución no fuera suficiente, también se puede citar al filósofo John Stuart Mill: “La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás”.
¿Pero quién decide qué es lo que merece y qué no un asesino? Por más que una vida tras las rejas pueda parecer extremadamente agobiante, está más que claro que los factores que producen sufrimiento no son universales. Para algunos, la muerte es el castigo perfecto, mientras que para otros es la “salida fácil”.
La pena máxima –según la subjetividad de cada individuo– puede basarse en la pérdida de un ser querido, vivir en soledad, no tener éxito en los emprendimientos, no ganar suficiente dinero, y la lista continúa. Por estos motivos, sería una tarea imposible castigar a cada persona basándose en lo que verdaderamente la hace sufrir.
La medida adoptada por Morales, la cual impone la indiferencia como principal castigo para el autor del crimen, no le devolvería la vida a su mujer, pero le otorgaría cierta paz a su espíritu.
¿Cuál fue la reacción Espósito al descubrir lo que estaba haciendo? ¿Lo denunció? No, simplemente dio media vuelta y se fue. Tal vez más tarde –y queda a criterio del espectador–, enviaría un móvil policial hacia su residencia. Pero lo más probable es que no fuese así.
En cambio, es muy factible que aquella privación ilegal de la libertad cometida por Morales haya sido interpretada como un acto de amor póstumo hacia su esposa. El mismo que inspiró a Espósito a volver a la ciudad para declararse ante Irene, a quien había amado en secreto durante todos esos años.

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