La película argentina ganadora del
premio Óscar, El secreto de sus ojos, plantea un sinfín de dilemas morales,
desde la inculpación de dos trabajadores inmigrantes y el allanamiento ilegal
de una propiedad para esclarecer un crimen, hasta la liberación de un asesino
por cuestiones políticas.
Se trata de un largometraje
realizado en el año 2009, a partir de una combinación de drama y suspenso.
Dirigida por Juan José Campanella y basada en la novela La pregunta de sus ojos
de Eduardo Sacheri, el film está protagonizado por Ricardo Darín, Soledad
Villamil, Pablo Rago y Javier Godino, con la participación especial de
Guillermo Francella. Como se destacó anteriormente, en 2010 se convirtió en la
segunda realización argentina en recibir el Óscar a Mejor Película Extranjera,
después de La historia oficial.
El argumento transcurre en la
Argentina de los años ‘70. Benjamín Espósito es oficial de un Juzgado de
Instrucción de Buenos Aires y está a punto de retirarse. Obsesionado por un
brutal asesinato ocurrido treinta años antes, decide escribir una novela sobre
el caso, del cual fue testigo y protagonista. Reviviendo el pasado, viene
también a su memoria el recuerdo de una mujer, a quien ha amado en silencio
durante todos esos años.
Más allá de la historia de su protagonista,
El secreto de sus ojos presenta una trama compleja repleta de detalles,
imposible de desarrollar en pocas líneas. Sin embargo, uno de los momentos que
mayor impacto emocional generó en la audiencia se desarrolla durante el
desenlace. Se trata del clímax de la película, en el cual Espósito va a visitar
a Morales, cuya esposa fue asesinada hace más de treinta años. El viudo se
había mudado en 1975 a una casa aislada en las afueras de la Provincia de
Buenos Aires. Durante la visita, ambos discuten varios de los eventos que
ocurrieron durante y después del caso, pero Morales se descontrola después de
que Espósito le pregunta cómo hizo para sobrellevar la injusticia con la que
finalizó su causa. Morales le responde que él mismo se había encargado de secuestrar
a Isidoro Gómez –el asesino de su mujer– y de tirotearlo en el baúl de su auto.
No del todo conforme con la explicación, el protagonista se retira. Sin
embargo, tras una profunda reflexión guiada por recuerdos, detiene el auto y se
dirige de regreso a la casa. Lo hace al recordar el empeño que tenía Morales en
que Gómez sufriera una estadía eterna en prisión, y no eludiera su castigo a
través de la pena de muerte. De esta manera, llegó a la conclusión de que era
imposible que el damnificado le hubiera dado el gusto a su agresor.
Al regresar, Espósito encuentra a
Morales entrando en un granero con un plato de pequeños trozos de pan. Sin ser
descubierto, avanza y mira por detrás de la puerta: lleva ese plato a una celda
de cuya oscuridad sale un hombre muy avejentado, quien resulta ser Gómez, a
quien Morales mantuvo preso y alimentado, sin dirigirle una sola palabra
durante 25 años.
Dentro de su prisión, Gómez se
aproxima a Espósito y le ruega: “Dígale que por lo menos me hable”. En ese
momento Morales, con seriedad, se justifica ante Espósito: "Usted dijo
perpetua".
Este último diálogo remite a una
escena anterior de la película. Luego del asesinato de su esposa, Morales le
pregunta a Espósito –encargado de la investigación– qué condena le tocaría al culpable,
en caso de ser atrapado. “Homicidio calificado por violación, le corresponde
perpetua”, le contesta fríamente el personaje interpretado por Ricardo Darín.
A los ojos del espectador, se trató
de una simple aclaración. Sin embargo, estas palabras, que quedaron retumbando
en la mente del viudo durante años, lo inducirían progresivamente a tomar la
decisión de hacer cumplir la ley por sus propios medios.
Finalmente Isidoro Gómez es
capturado, juzgado y condenado, pero apenas un mes después, queda en libertad.
El privilegio le es concedido gracias a un rival de Espósito, quien lo contrata
como sicario de la facción de derecha del Partido Peronista.
El hecho de que el asesino de su
mujer saliera en libertad devasta a Morales. Pero luego, el sentimiento de
impotencia lo lleva a investigar a Isidoro, fraguando un sentimiento de
venganza hacia él, y un afán de aplicar por su cuenta aquello que no logró
encontrar en el sistema judicial argentino.
La decisión tomada por Morales
lleva inevitablemente a la pregunta: si el sistema no funciona, si la víctima
castiga al culpable por su cuenta, ¿se hace justicia de todas maneras?
En este caso, el personaje
encarnado por Pablo Rago consideró que la justicia es un privilegio que el
hombre podía otorgarse a sí mismo, sin intervención de un juez –como lo
dispondrían los más apegados a las normas– y sin intervención de Dios –como lo
aprobaría un religioso–.
En este caso, Morales tal vez no
haya nacido con un espíritu vengativo, sin embargo el profundo amor que sentía
por su mujer –el cual se ve reflejado en la película– lo obliga a enfrentarse a
ese desconcertante dilema moral, inclinándose finalmente por la opción menos
apropiada desde el punto de vista ético, y más ligada a lo pasional.
Cabe resaltar que ninguna de las
dos salidas era sencilla. No era fácilmente soportable la humillación de tener
que ver en libertad a alguien que había violado y matado a su esposa, y tampoco
es viable la presión psicológica que surge de mantener a otra persona en
cautiverio, tratándose de un ser humano en pleno uso de sus facultades
mentales.
La otra pregunta que surge a partir
del accionar de Morales es: ¿La prisión perpetua es un castigo lo
suficientemente equitativo para el crimen que cometió Isidoro Gómez? Se está
hablando de una reclusión donde se lo alimenta sólo lo suficiente como para
poder mantenerlo con vida, en la cual no recibirá palabra ni contacto con
ningún otro ser humano hasta el día de su muerte.
Al respecto, la Constitución
Nacional reza, en su Artículo Nº 18: “Las cárceles de la Nación serán sanas y
limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y
toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de
lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice.” Esto demuestra
que, según la Ley Suprema, la prisión es para seguridad y no para castigo. En
otras palabras, este último no es considerado justicia.
Y si lo estipulado por la
Constitución no fuera suficiente, también se puede citar al filósofo John
Stuart Mill: “La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho,
ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad,
es evitar que perjudique a los demás”.
¿Pero quién decide qué es lo que
merece y qué no un asesino? Por más que una vida tras las rejas pueda parecer
extremadamente agobiante, está más que claro que los factores que producen
sufrimiento no son universales. Para algunos, la muerte es el castigo perfecto,
mientras que para otros es la “salida fácil”.
La pena máxima –según la
subjetividad de cada individuo– puede basarse en la pérdida de un ser querido,
vivir en soledad, no tener éxito en los emprendimientos, no ganar suficiente
dinero, y la lista continúa. Por estos motivos, sería una tarea imposible
castigar a cada persona basándose en lo que verdaderamente la hace sufrir.
La medida adoptada por Morales, la
cual impone la indiferencia como principal castigo para el autor del crimen, no
le devolvería la vida a su mujer, pero le otorgaría cierta paz a su espíritu.
¿Cuál fue la reacción Espósito al
descubrir lo que estaba haciendo? ¿Lo denunció? No, simplemente dio media
vuelta y se fue. Tal vez más tarde –y queda a criterio del espectador–,
enviaría un móvil policial hacia su residencia. Pero lo más probable es que no
fuese así.
En cambio, es muy factible que
aquella privación ilegal de la libertad cometida por Morales haya sido
interpretada como un acto de amor póstumo hacia su esposa. El mismo que inspiró
a Espósito a volver a la ciudad para declararse ante Irene, a quien había amado
en secreto durante todos esos años.
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