viernes, 25 de marzo de 2011

La Rebelión Secreta. Capítulo II.

La historia del pirata que se hacía acompañar por su trovador

Caían los últimos rayos de sol sobre los cristales de la taberna, aún desierta por la hora. Dulces acordes de guitarra sonaban de fondo, acompañados por las pisadas del tabernero sobre las maderas.
Los amigos de siempre se reunían en el lugar de siempre, a tomar cerveza y hablar sobre política. Como estaban casi solos, no se cuidaban de reprimir ningún chiste inadecuado, ninguna payasada, ninguna carcajada sonora.
Había dos hombres más sentados en el rincón más oscuro del bar. Uno de ellos, de aspecto bohemio, tocaba una melodía suave abrazado a la guitarra como si se tratara de una amante. El otro, cuyo rostro estaba cubierto completamente por las sombras, permanecía inmóvil y miraba fijo en dirección a la mesa de los amigos.
–¡Otra vez tarde, este tipo! –dijo uno de los jóvenes mirando el reloj.
–Yo opino que comencemos la reunión sin él –dijo el que parecía ser el líder del grupo. Su nombre era Teodoro.
–Yo opino –dijo el tercero, y señaló con disimulo a los dos extraños de la mesa del rincón– que hoy no hagamos reunión… –agregó bajando la voz.
–Llamemos directamente a las chicas, entonces… –respondió el primero.
–¡Ahí viene el gordo!
En efecto, Camilo cruzaba la avenida en ese momento, y se encaminaba en dirección al bar. Sin vacilaciones, abrió la puerta de par en par y exclamó:
–Don Basilio, ¡marche otra ronda para todos!
Los jóvenes se miraron entre sí, y esbozaron una sonrisa burlona.
–¿Qué pasó hoy, Cami? ¿Encontraste una piedra color rosa? –exclamó Teo, dejando salir una carcajada.
–Amigos míos –declaró Camilo parándose firme–: ¡me caso!
Las risotadas hicieron estallar el bar. El amigo gordito, lejos de ofenderse, esperó pacientemente a que terminaran. Pronto la diversión general se convirtió en curiosidad.
–¿Así que te casás? ¿Y con quién?
Camilo dio un profundo suspiro y se arrimó a la mesa, preparado para contar su historia.
–Su nombre es Nina, tiene quince años y es hija de un ex militar. La conocí en su fiesta de presentación en sociedad. Cuando la vi moverse con gracia de aquí para allá, creí estar en presencia de un ángel –hizo una pausa y su mirada se perdió en el techo–. Cantó, tocó el piano y recitó para todos. Supe en ese momento que me había enamorado perdidamente, y por eso di gracias a Dios ¡Ninguno de ustedes podrá conocer o aspirar a conquistar a una criatura de una belleza semejante! Ella es dulce, delicada, fina, inteligente…
–Sí, sí… ¡Es perfecta! –interrumpió uno de sus amigos– ¡Pero basta de trivialidades! Queremos saber detalles…
–¿La visitaste muchas veces? ¿Tiene alguna hermana soltera?
–Eh… No, muchas veces en realidad no –respondió cabizbajo–. A decir verdad, ni siquiera pude sacarla a bailar en la fiesta.
Todos los de la mesa quedaron perplejos.
–Gordo, ¿cuándo fue esta fiesta de la que hablás? –preguntó Teo, en tono de sospecha.
–¡Ayer por la noche! –confesó el joven, y se sonrojó al instante–. Ni siquiera me atreví a hablarle, ella no me conoce ¡No sabe quién soy!
La carcajada esta vez fue masiva. No sólo se reían los amigos, también el cantinero, y con disimulo también otras personas sentadas en las mesas aledañas.
–¡Amigos, amigos! –Camilo trató de llamar su atención, pero le resultó imposible hacerlos callar–. ¡Amigos! Si me escucharan podría decirles que su padre es amigo del mío, y que ya hablé con él. Me dio su consentimiento para que tengamos una cita…
–¿Ah, sí? –contestó el cantinero Basilio desde la otra punta del bar, y continuó riendo.
–¡Sí! ¡Y cuando me conozca y sepa todo lo que siento por ella, también me va a amar! ¡Estoy seguro!
–¡O te va a sacar cagando, gordo! –dijo un quinto hombre, al tiempo que clavaba una daga sobre la mesa de los amigos. Todos se callaron al instante y se quedaron perplejos por el atrevimiento de aquel desconocido.


Era el hombre que había estado sentado en una de las mesas del rincón. Ahora daba la cara y podían verlo bien: tenía una cicatriz en el brazo. Era alto y de aspecto fuerte, y vestía una camisa blanca muy desgastada, mal abrochada y rasgada en el cuello, pantalones rotosos y unas pesadas botas militares.
–¿Quién es usted, señor? ¿Cómo se atreve? –dijo Teo levantándose de un salto y poniéndose en guardia con su cortaplumas. Los otros dos lo imitaron. Camilo moría de miedo.
El joven no contestó. En vez de eso se quedó de brazos cruzados y sonriendo levemente, mientras acordes de guitarra comenzaron a sonar a sus espaldas:

De los hombres el más temido
Por las damas el más deseado
De la mala vida buen amigo
Por cada sitio está de paso

De gran calaña y galanura
Tengan respeto y no rencor
En presencia del hombre aventura
Del gran pirata Rogelio,
Del bandido conocedor

–¡Roger! –Camilo saltó de su silla– No te había reconocido, ¡hermano! –exclamó, y corrió a abrazarlo–. Así que volviste a la ciudad, ¡qué sorpresa me diste!
Los demás se miraron sin entender.
–La canción fue pésima –se susurraron uno a otro.
–Roger, estos son mis amigos: Teodoro, Alexis y Esteban; estudiantes de derecho. Muchachos, Roger es mi mejor amigo, y lo conozco desde que eramos así –dijo colocando su mano en horizontal y acercándola al suelo.
–Mucho gusto –dijo Esteban estrechando su mano–. Así que sos una especie de pirata que se hace acompañar por… –concluyó la frase señalando al bohemio de la guitarra.
A su vez, este contestó con un verso cantado:

Yo soy Ernesto, el trovador

–Así es –dijo por fin el pirata mientras tomaba asiento–. Viajo mucho, vivo aventuras, y en una de ellas conocí a mi talentoso amigo Ernesto, quien me acompaña desde entonces. Conozco todo tipo de lugares, todo tipo de personas –su voz sonaba firme y resuelta–. Tuve tantas amantes como mujeres habrán conocido ustedes cuatro en sus vidas. Y sé mucho sobre lo que puedan llegar a imaginarse…
–Él vive las aventuras, y yo las cuento con mi guitarra– agregó Ernesto con simpatía.
Alexis y Esteban se miraron con expresión de desdén. Teo no lo juzgó mal, se encontraba pensativo, curioso.
–Ahora que volviste vas a ser el padrino de mi boda –continuó Camilo– ¡y de mis hijos también! Van a ser tres… –repetía mientras tocaba sucesivamente cabecitas imaginarias de niños de distinta altura.
Roger sonrió.
–Primero voy a ayudarte a arreglar este quilombo.
–Eso esperaba, nadie sabe de mujeres como vos.
–¿Qué van a hacer? ¿A dónde van a ir? ¿Qué le vas a decir? ¿Cuándo es la cita?
–No sé, no sé, no sé… ¡hoy! –respondió Camilo en tono inseguro.
Mientras tanto los tres amigos cuchicheaban entre sí. Al parecer, Teo tenía grandes planes para el personaje excéntrico que acababan de conocer


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