Pequeños pies que sostenían un pequeño cuerpo se apoyaban sobre los escalones de piedra. Tan ligeros parecían ser, que a simple vista hacían que la joven flotara sobre el suelo.
Por fin, ella estaba ahí. Había salido de su casa y ahora se encontraba parada en la escalinata, mirándolo fijo. Camilo se limitaba a observarla, con los zapatos lustrados, el pelo húmedo y los botones de su mejor traje mal abrochados. Extendió el brazo con timidez, entregándole un ramo de rosas con el envoltorio todo estrujado por su puño nervioso.
Sus amigos observaban la escena apostados en la vereda de enfrente. Fumaban y reían, simulando ser desconocidos. Al grupo de los tres jóvenes amigos de Camilo, se les habían sumado Roger y Ernesto, que habían sido incluidos en el pequeño club por iniciativa de Teo.
Se encontraban allí en primer lugar para controlar que Camilo siguiera las indicaciones que le había dado Roger, y en segundo lugar para prestarle ayuda si algo salía mal; pero principalmente se encontraban allí para estar en primera fila por si llegaba a producirse alguna situación graciosa.
La joven permanecía inmóvil, sin haber dicho una sola palabra. Sólo una cosa era segura: era dueña de una belleza indescriptible. Su menudencia la hacía verse frágil; y su piel, contadas veces alcanzada por los rayos del sol, tenía el aspecto pálido y suave de la porcelana. Camilo pensó que si aquella criatura hubiese sido una pintura –y lo parecía–, de una sola pincelada y con el más puro negro, el pintor hubiese rellenado el espacio que ocupaban sus ojos y su pelo; con un blanco igual de nítido, su piel; y sus labios con un rojo carmesí. Era una mujer hecha solamente con tres colores.
Sus gigantescos ojos bien abiertos, su pequeña sonrisa apenas arqueada, le daban una expresión inusual de serenidad que la llenaba de misterio. No podía distinguirse ni una sola arruga en su frente, ninguna mueca o línea de expresión parecían indicar que en su interior reinaban una absoluta paz mental y pureza de pensamiento. Era la típica expresión de un alma que jamás sufrió de inquietudes o preocupaciones, de una mente por la que nunca pasaron pensamientos oscuros, o que fueran más allá de las enseñanzas de su institutriz. La bestia podía estar atada, pero esta bestia ni siquiera sabía que lo era. Le habían dicho que era cordero, y no bestia, y ella se lo había creído por completo. Era un cordero atado.
Sus manos y talones juntos, su pelo prolijo, su vestido largo y su cuello de novicia, le daban indicios de poseer una moral incorruptible. Su presencia y sus maneras decían muchas cosas, pero ella no decía nada. Fue Camilo quien, después de luchar un rato consigo mismo, logró romper el silencio.
–Verte así… Me hace sentir tan feliz que podría cantar las mil cosas que se me ocurren en este instante. Pero cantar no es lo que debo hacer ahora. De hecho, estoy haciendo todo al revés. Mi amigo Roger va a matarme…
Nina no respondió. Su padre les había concedido una caminata de una hora en el parque, y eso es lo que harían. Le extendió su brazo derecho con delicadeza, Camilo lo aferró y emprendieron la marcha. Irían a pie.
–No tenés miedo, no vacilás –comentó Camilo–. Ese detalle me agrada. Pero tampoco me hablás, Nina…
–No sé tu nombre –dijo por fin–. No sé qué podría decirte si ni siquiera sé tu nombre.
–Camilo. Camilo, y yo tampoco sé qué más decirte.
–Si no tenés nada para decir, entonces no digas nada –sus palabras sonaban crudas, pero su tono de voz era casi mágico. Lejos de parecer austera, Nina esbozaba con dulzura lo poco que decía, y siempre sonreía con vivacidad cuando dejaba de hablar, dirigiéndole al joven una mirada penetrante, en la que parecía entreverse cierta picardía.
Camilo acababa de enamorarse perdidamente de esa mirada. Cada vez que Nina terminaba de hablar, él se limitaba a hacer una pausa para observarla con una expresión bobalicona. Finalmente, le apretó fuerte la mano y le dijo:
–¡Estoy perdido!
Mostrando por primera vez cierto nerviosismo, apretando los puños y en tono de confesión, Nina le contestó:
–Yo siento como si por fin me hubieras encontrado.
Sin decir una palabra más durante el camino, llegaron al parque y se sentaron. El sol estaba por ocultarse, el suelo bajo el árbol estaba cubierto de flores, las sombras de las hojas desfilaban sobre el rostro y los ojos de Nina. Todo parecía crear una atmósfera perfecta, y Camilo quedó absorto contemplando todos esos detalles.
En algún momento, Dios sabe cómo, lograron romper el hielo. Algún punto en común, algún tema de conversación acertado los hizo expresarse fluidamente. Conforme transcurría la tarde, se fueron acercando hasta terminar acurrucados el uno con el otro, en un completo silencio que duró varios minutos.
–Tenés luz –le dijo Camilo por fin.
Nina rió.
–Entonces si fuera de noche, ¿brillaría?
–No lo sé. Quisiera averiguarlo –le contestó él astutamente–. A decir verdad, creo que sos maravillosa, y con haberte visto solamente hoy, me hice adicto a tu presencia. Hablarte, mirarte, reír con vos, me hace pensar que nos conocemos desde hace años. Ahora tenemos que volver, pero tengo ganas de verte mañana.
Nina no pudo resistirse a estas palabras, y en un arrebato de pasión, lo abrazó fuerte.
–Nunca deberías irte de mi lado –le susurró al oído.
–¡Por supuesto que no! –respondió él, intentando por todos los medios ocultar el rapto de alegría y ternura que le produjo esa reacción–. Ahora sos mi Nina.
Y la abrazó también, diciendo:
–Sólo espero que esto no sea un sueño.
–No lo es –respondió ella, y lo miró fijo, ansiosa, esperándolo.
–¡Y pensar que lo supe con sólo verte! –le dijo después.
–Me siento llena –dijo ella.
–Recién no me dejaste terminar. Quiero verte mañana de nuevo a esta hora, y cuando caiga la noche llevarte a conocer a mis amigos.
–¿A dónde?
–Es un bar al que voy todos los días, te va a encantar.
–Todos los días con vos –respondió ella, aferrándolo con fuerza, totalmente rendida ante el hombre que le había dado su primer beso.
Pequeños pies se apoyaban sobre el pasto, y una pequeña espalda la mantenía apoyada en el banco. Se veía tan liviana que parecía flotar. Sus pequeñas manos se aferraban a las de él. Ahora ambos flotaban.
*Este fragmento contiene un homenaje a la canción A Heart Full of Love de la obra musical Les Miserables.
*Este fragmento contiene un homenaje a la canción A Heart Full of Love de la obra musical Les Miserables.
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