jueves, 24 de marzo de 2011

La Rebelión Secreta

Capítulo I
Camilo

Se precipitó con furia hacia la calle, comandado por sus propias pasiones. Comenzó a correr con tanto éxtasis que tuvo ganas de jugar una carrera con el viento hasta la esquina. Dio monedas al mendigo cuando pasó por la iglesia, y robó un clavel de la florería. Puso un pie sobre el peldaño de un farol y, aferrándolo con la mano, dio una vuelta en torno a él mientras olfateaba con gusto la flor. Su espíritu fluctuaba, sus pensamientos se entrelazaban. Su cuerpo se movía al ritmo de una música bellísima, pero sin sentido.
–¿Será que todas las pasiones empiezan así? Yo no lo sé… –dijo con atrevimiento a una niña que pasaba, y le regaló el clavel.
El sol de la mañana le daba en el rostro, intimidando sus ojos pequeños, tan azules, tan llenos de brío. En vez de caminar pegaba saltos, que hacían alborotar la mata de rulos rojizos que crecía en su cabeza.
–Así que de golpe me planté en una esquina y miré para todos lados. Entendí que la ciudad no era un buen lugar para sentarme a afrontar los cambios que están teniendo lugar en mi alma, y entonces me pregunté “¿Qué sitio puede ser tan hermoso como el amor tan profundo que siento por ella?” Pensé en lago, flores, pájaros, niños jugando… Y acá estoy, sentado en el medio del parque charlando con ustedes, queridas señoras –concluyó, y les dirigió una sonrisa tímida.
Dos de las ancianas se miraron entre sí, esbozaron una sonrisa irónica y siguieron jugando a la canasta. La tercera asintió con ternura y se prestó con amabilidad a seguir escuchando al joven.
–Correr hasta acá me hizo agitar mucho –prosiguió–. Supongo que debo aceptar que no estoy en buena forma –dijo midiéndose el estómago con las manos–. Pero al menos la redondez es sinónimo de salud, y eso es atractivo para las damas.
Hizo una pausa para dar un profundo suspiro, y prosiguió con su monólogo.
–No puedo evitar pensar que en adelante todo será tan diferente. Recién vi a los estudiantes entrando a la facultad, la gente que va a trabajar… Todos me parecen ajenos, como atrapados en un mundo de preocupaciones.
«Y todo lo demás: las casas, los árboles, los postes, los negocios, están en el mismo lugar que ayer. Pero hoy… ¡Hoy empecé a ver todas esas cosas con ojos de felicidad! El mundo no es el mismo, por lo menos para mí. Aquel espejo del almacén pasó a ser el espejo donde me miré por primera vez desde que la conocí. Y ese sol –dijo mientras se paraba sobre el banco– ¡ese sol que me ilumina desde hace veinte años, hoy me conoce enamorado! –gritó mientras apuntaba al cielo con el índice. Luego, sintiéndose avergonzado, se volvió a sentar.»
Discúlpeme usted –dijo tomándole la mano a la anciana que lo contemplaba con ternura–, pero desde hace una hora y media, mi cabeza sólo puede girar en torno a una sola cosa. No dejo de hacer planes, construir castillos de arena… ¡Es que me siento tan seguro ahora! Todo cobró sentido de repente. Antes sentía la vida como algo vacío y efímero, tenía miedo a la desgracia y a sufrir, pero ahora siento que si muero mañana, moriré feliz. Y si algo malo llega a pasarme… ¿Qué más da? ¡Tengo un amor!
Se relajó un momento en el banco, sintió la brisa deslizarse en su piel, y cuando por fin bajó su excitación, se puso de pie y dijo:
–Aunque han sido muy amables, poco deben importarles las palabras de este desconocido maleducado. Señoras mías, he decidido partir al encuentro de aquellos que me conocen como la palma de sus manos. Adiós, y gracias por este adorable momento –y con una suave reverencia, se despidió y se alejó de aquel lugar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario