Roger
Tirado sobre la mesa y totalmente perdido, se entretenía haciendo rodar el culo de la botella por el suelo.
–Soy un ebrio –se decía a sí mismo riéndose, y tomaba otro sorbo.
Pero su mente, aunque a veces divagaba, no podía alejarse de cierto pensamiento recurrente. Una situación incómoda que había tenido lugar el día anterior.
Todo había empezado cuando el plan de “controlar” a Camilo en su primer encuentro, de repente no se había tornado tan interesante.
–Se van al parque y no tengo ganas de caminar hasta allá. El gordo va a estar bien, volvamos –había dicho Teo, y todos lo habían obedecido.
Como se señaló antes, el grupo había decidido incluir a Roger y por extensión a Ernesto. El pirata se había sentido halagado y contento por haber vuelto a su ciudad natal y haber hecho nuevos amigos, pero luego comenzó a darse cuenta de que no era su compañía lo que realmente buscaban de él. Tal vez tampoco era amistad lo que realmente mantenía unido al grupo.
Roger había comenzado a sospechar que aquellas reuniones ocultaban alguna finalidad aún desconocida para él. Si así era, ¿lo habían aceptado por conveniencia? ¿Tenían planes de utilizarlo como si fuera una especie de recurso para lograr su misterioso propósito? Existían leves indicios, motivos que lo hacían pensar que estaba en lo cierto, pero aún dudaba y esta intriga lo había acompañado todo el día.
Al llegar al bar sintió que su mente se relajaba y se fusionaba con el ambiente, sus buenos ánimos renacían de un momento a otro. Los demás jóvenes se pusieron cómodos y comenzaron a beber hasta que la atmósfera se llenó de un bullicio festivo.
Roger consideraba que si iba a jugar a ser un pirata sin barco –o con un buque imaginario, como a él le gustaba pensar–, lo haría bien, y a la antigua. Así lograría impresionar a sus nuevos amigos.
Resolvió entonces tomar el viejo pañuelo rojo que siempre guardaba en su bolsillo y atárselo en la cabeza. Acto seguido, desenfundó su daga y se puso en guardia, y apuntando alternadamente a la nariz de cada uno de los presentes, comenzó a mascullar palabras encarnando a un pirata, mientras cerraba el ojo derecho simulando tener un parche.
–¡Arrr! ¡Presten mucha atención, sabandijas de mar, porque lo voy a decir una sola vez! –comenzó su discurso en forma hostil–. Gracias por esta calurosa bienvenida –dijo volviendo amable su tono de voz, y levantando una botella de ron. Todos lo imitaron y festejaron.
–¡Pero ahora en serio! –volvió a adoptar una actitud tosca– Si me hacen Capitán de esta fragata, prometo convertir a esta miserable tripulación en hombres de mar, peligrosos y traicioneros, ¡verdaderos corsarios a los que ningún alma cristiana tendrá el valor de enfrentarse jamás! ¡Arrr! ¿Quién está conmigo?
–¡El capitán Roger, terror de los siete mares! –gritó Ernesto.
Teo se puso de pie y golpeó la mesa con violencia. Todos se callaron.
–Roger, mi querido Roger… –comenzó a decir tratando de dominarse a sí mismo–. Te habrás dado cuenta de que no nos reunimos acá sólo para beber y jugar a los piratas, ¿o no?
El joven sonrió.
–Teo, mi amigo, no es necesario que estés así de celoso. Yo sé bien que sos el único Capitán de este navío. Estaba bromeando, no planeaba robarte tu lugar. De hecho, si hubiese querido hacerlo, hubiese podido. Sin ofender, soy mucho más fuerte y sé pelear. Si me desafiaras podría dejarte inconsciente…
–No estás entendiendo –contestó Teo cada vez más serio–. Se necesita un carácter fuerte y decidido. Una persona con constancia, inteligencia y capaz de planear una estrategia que sea conveniente y favorable para todos, y que por medio de ella podamos conseguir una victoria. Alguien que sepa guiar, y aconsejar a esta tripulación en momentos de indecisión o debilidad. Yo tengo estudios, soy un universitario, conozco el manejo de la política, ¿vos qué tenés? Me golpearías hasta dejarme inconsciente, ¿y luego qué? ¿Podrías comandar esta supuesta nave con tus cualidades? Yo creo que todos los que están presentes apostarían a que no…
Roger se quedó callado. Se sintió inútil e insignificante, y ofendido ante estas palabras, se quitó el pañuelo de la cabeza con sumisión. Ahora más que nunca quedaban claras las intenciones de alguna revuelta encubierta, de algún secreto bien guardado, que para poder develarlo, a Roger no le quedaba otra alternativa más que esperar a que se decidieran a contárselo. Sin embargo no le salía bien resignarse, pasaron un par de minutos hasta que dijo en voz alta:
–¿Por qué tiene que haber alguien que sepa pensar? ¿Qué es lo que pretendemos hacer?
Nadie contestó. Todos siguieron bebiendo en silencio.
Esto era lo que Roger recordaba una y otra vez. Tal vez lograba distraerse, pero sus propias cavilaciones no lo dejaban en paz. Pasado un corto lapso de tiempo, la escena se volvía a repetir en su cabeza.
Cuatro amigas entraron repentinamente al bar. Se sentaron junto a los jóvenes, que las habían estado esperando. Ninguna de ellas tenía aspecto de señorita de buena familia, pero tampoco aparentaban ser mujeres públicas. Más bien, estaban vestidas de manera seductora, con ropas burdas y vistosas, arrastrando un dejo de humildad.
Al cabo de una hora, una de ellas se había sentado sobre el regazo de Alexis, otra escuchaba entre risas las indecencias que Esteban le susurraba al oído, la tercera –en sorprendente actitud intelectual– se encontraba discutiendo acaloradamente con Teo una cuestión filosófica, y la cuarta se deleitaba con los acordes que salían de la guitarra de Ernesto. Sólo Roger seguía tumbado sobre las mismas cuatro mesas de madera puestas juntas, con dos o tres botellas vacías más a su alrededor. Había quedado solo, y sin embargo cada tanto las señoritas no podían evitar dejar de poner atención en el joven que tenían al lado, para apreciar con disimulo el gran atractivo masculino de aquel pirata rebelde. Una vez que lo vislumbraban de reojo, volvían a sus respectivos asuntos. Sin embargo, él no notaba este detalle. Se encontraba muy distraído tratando de hilar una estrategia.
Se puso de pie de repente, y dejando de lado los balbuceos de pirata, comenzó a caminar sobre las cuatro mesas alineadas. Pisaba fuerte con caminata pausada, con aires de general de ejército. Sus botas militares hacían un ruido sordo que inconscientemente inspiraba respeto. Como en todos los momentos de su vida en los que necesitaba sentirse seguro, se colocó el pañuelo mal atado en la cabeza; y como la temperatura había ido subiendo en el transcurso de la noche y se vio cubierto de sudor, sin querer perder tiempo quitándosela, decidió terminar de rasgarse la camisa. Quedó con el torso desnudo, salvo por sus múltiples cadenas colgadas en el cuello.
Fue en ese momento cuando le vino un golpe de inspiración, y comenzó a hablar. Emitió un discurso ante todos como si fueran soldados que él debía preparar para una importante batalla. ¿De qué habló? Bueno, el tema de la disertación podría resumirse en los propios sentimientos del joven. Primero con respecto a su vida, luego pasó a las costumbres de sus compatriotas en general, para terminar emitiendo una opinión cruda sobre la sociedad en la que vivía. Habló de todo y de todos: de los trabajadores, los campesinos, los estudiantes, los policías, los gobernantes, la clase alta, y muchos otros. Criticó y cuestionó la forma de accionar de muchos de ellos, y propuso cambios radicales para la estructura social…
Fueron palabras atrevidas, enérgicas y atrapantes, que expresó en forma pausada y decidida, manteniendo semejanzas con un discurso de líder político. Mientras duró, todos lo escucharon absortos.
Fue interrumpido casi al final por la voz potente de Camilo:
–¡Roger! ¿Qué hacés arriba de la mesa? –le gritó en tono de broma. Había entrado inesperadamente a la taberna de la mano de su joven amada.
El pirata se sorprendió, se detuvo y les dirigió una sonrisa maliciosa. La irrupción había sido perfecta: podía usar a la señorita como ejemplo en su discurso.
–¡Cada día estás más loco! –continuó Camilo entre risas–. Como sea, muchachos: les presento a Nina, mi prometida desde hoy a la tarde –concluyó, y la abrazó con ternura. Todos saludaron sin ponerse de pie, murmurando palabras similares a “hola”, “qué tal” y “mucho gusto”.
Podría decirse que fue en aquel preciso momento cuando comenzaron a escribirse las primeras páginas del destino que la vida les tenía reservado a todos ellos. El instante que dio a luz a esta historia.
Todo gran suceso, al igual que toda pasión, vicio y miseria humana, tiene un principio. Un momento en el que una persona –tal vez sin darse cuenta– comienza a dejar de vivir en el olvido para empezar a vivir en la historia. Y como todo gran acontecimiento, este relato tuvo un contexto, un prólogo que se acaba de terminar de relatar en este instante.
Lo que tendrá lugar a continuación será un giro fortuito, insignificante para la mayoría de los presentes, el más importante en la vida de Nina.
Los ojos de la joven rebosaban de ingenuidad, de humildad e ilusión ante el presente. Sin embargo, aquella mirada que no había conocido deslices ni contradicciones, fue a posarse desacertadamente en la figura de aquel apuesto holgazán.
Al principio el joven le llamó la atención, por parecerle ridículo que se paseara sobre las mesas. Luego lo observó mejor, y descubrió en él un mar de detalles que la impactaron: su cabello color oro que brillaba como el fuego incluso a la luz de las velas, su aspecto fuerte y vigoroso, su voz áspera y potente, su forma de transmitir seguridad. La transpiración en su torso desnudo le dio un impacto del que le fue difícil reponerse: nunca había visto a un chico joven sin camisa. Sintió de repente la extraña necesidad de verse doblegada a la fuerza por ese hombre que se asemejaba a una bestia salvaje. Por supuesto, no entendió aquella repentina manera de pensar, la sola presencia del pirata le infundía un sentimiento que no podía ni siquiera explicarse a sí misma.
Se dice que hay personas que lo tienen todo y pueden llegar inspirar cariño, al mismo tiempo que hay personas que no poseen ninguna virtud en particular, y por las cuales alguien puede llegar a dar su vida.
Sea el caso que fuere, Nina acababa de decidir que Roger poseía los ojos más hermosos que había visto. Eran más negros que la misma oscuridad, y profundos como un pozo sin fondo, en el que le daban ganas de caerse y no volver a salir. Incluso le atraían más que los ojos de su prometido, que eran azules como dos zafiros.
Para los pensadores que se preguntan si realmente puede existir una pasión sin límites a primera vista, la respuesta es que sin duda alguna es así. Y el instante del flechazo, dependiendo de la situación, es el que puede llenar de deleite o bien de miserias la vida de una persona.
Pero estaba en una encrucijada. Su corazón, su mente, y sus principios, chocaban de lleno contra lo que sea que estuviera sintiendo en ese momento. No podía evitar preguntarse cómo se llamaba ese impulso que la hacía desear lo que le era prohibido: a un hombre que no era el suyo, con aspecto criminal, sucio y desalineado, ¿cómo podía permitir que le despertara tales pasiones?
Sus pensamientos se interrumpieron: Roger planeaba retomar su discurso y Nina se disponía a escuchar. Sin destinar una sola palabra de felicitación a la joven pareja, el pirata comenzó:
–Tenemos aquí un perfecto ejemplo de lo que acabo de decir: una señorita de buena familia, con una excelente posición económica que se nota en su manera de vestir y en sus modales, hija de un militar retirado, un elemento inútil para la sociedad en pocas palabras. Un ser que nació para cumplir con una sola función en su vida: conseguir un marido y tener un solo hijo que aprenda valores burgueses y después, cuando sea mayor, utilice sus vastos recursos para perjudicar a la clase trabajadora. Como siempre ha sucedido. Observen una de las enfermedades de la sociedad en todo su esplendor. Eso, queridos amigos, es lo que justamente no deberíamos tolerar más en adelante. Gracias por su atención.
El ambiente quedó en absoluto silencio. Roger observó a su alrededor y sólo pudo notar a Teo, que le arrojó una mirada de aprobación desde la cabecera de la mesa. La primera que el joven había recibido desde que formaba parte de aquel grupo. A nadie parecía importarle que la pobre Nina tuviera los sentimientos destrozados.
La joven quedó de pie, inmóvil sin saber cómo reaccionar. Luego, su espíritu habló por ella y comenzó a llorar sin consuelo. La vergüenza la venció y salió corriendo, alejándose de aquel lugar. Camilo no supo qué hacer. El más natural de sus impulsos le ordenaba defender a su futura esposa a toda costa. Sin embargo, se encontró con una fuerza contraria mucho más grande, representada por el respeto que le guardaba a su amigo Roger, magnificada por la confianza y el vigor que poseía el joven mientras pronunciaba aquel discurso.
Sólo tuvo reflejos para correr detrás de ella.
La otra revolución
–¡Nina volvé! ¡Escuchame, por favor!
Pero ella seguía corriendo en la mitad de la noche, y su intención era alejarse lo más posible de él. No podía pensar en nada, porque su cabeza estaba invadida por mil ideas a la vez. Tenía miedo de todo: de Roger, de Camilo y de aquellas personas ante las que había sido terriblemente humillada. Empezó a detestar esa nueva vida que había conocido tan sólo días atrás, pero que parecía haber durado una eternidad.
Correr no era la actividad preferida de Camilo. Tan sólo alcanzó a ver la silueta difusa de su amada, antes de que su esencia se perdiera por completo en la oscuridad.
Cuando se adentró en el bosque, Nina tuvo la certeza de que Camilo ya no la seguía. Estaba tan apurada por llegar a su casa lo más rápido posible, que torpemente se desgarró el vestido, se deshizo el peinado, y perdió los zapatos tropezándose con los troncos caídos en medio de la oscuridad. Por fortuna encontró un claro del bosque iluminado por la luz de la luna, y se apostó allí para revisar sus heridas y, sobre todo, para poder pensar.
Se vio a sí misma: había quedado casi deshecha, con el vestido rasgado, el pelo revuelto y cortes de rama en sus pies desnudos. No pudo evitar pensar que se había convertido en un ser bestial. ¿Sería un castigo por haber admirado con los ojos a aquella otra bestia salvaje?
–¿Será que uno se convierte en lo que ama? –se dijo en voz alta.
Observó para disipar sus culpas el inmenso lago que se abría paso frente a ella, y reflexionó sobre el caos que se había desatado en su mente.
Hasta el momento sus convicciones le habían dictado que el amor era el sentimiento más puro y simple, y que tocaría a su puerta un día –como Camilo lo había hecho–, y luego tendría la capacidad de contraer matrimonio y amar hasta la muerte. Le habían enseñado que un romance era eso: un cruce de miradas entre un hombre y una mujer. Si este hombre tan dulce había venido a decirle que la amaba, ¿cómo no corresponderle ese sentimiento?
No recordaba haberse sentido tan aterrada antes, y le horrorizaba pensar que esa inmensa quimera a la que tanto temía provenía de su interior.
La luz de la luna sobre el agua la ayudó a apaciguar ese monstruo interno. Le trajo paz a esa revolución secreta que había estallado en su ser. Una revuelta en su alma que llevaba un solo estandarte: la capacidad de pensar por sí misma.
Llegó a su hogar con sus ánimos casi aliviados, pero luego vio la figura de su padre sentado en medio de la oscuridad de la sala de estar. No pudo reprimir otro arranque de llanto, y con esa visión cerró de un golpe la puerta detrás de sí.
–Papá: ¡Estoy enamorada!
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