miércoles, 24 de octubre de 2012

¿Existen límites para la publicación de imágenes?


En una opinión personal, el límite sí existe –o debería existir, puesto que muchos medios gráficos no conocen limitaciones-, sin embargo se trata de una delgada línea que comprende una gran proporción de imágenes que sí son publicables, frente a las pocas que no lo son.
En este último grupo, se encuentran aquellas que resultan ser demasiado controvertidas para la opinión pública. Es decir, aquellas que la media de las personas tildaría de perturbadoras o demasiado sensibilizadoras como para ser difundidas de manera masiva.
Por supuesto que los factores que generan aprensión en un individuo son completamente subjetivos e inherentes a cada uno de ellos. Un lector puede sentir escrúpulos al ver sangre, personas heridas de gravedad o muertas, mientras que a otro puede no causarle ninguna impresión en particular, a menos que se trate de un animal sufriendo o en las mismas condiciones. En mi caso particular, esto último es lo que más afecta mi sensibilidad. Es por eso que considero que, en los casos enumerados anteriormente, es necesario respetar ese delgado pero significativo límite que existe para la publicación de las imágenes. Y esta regla debe aplicarse tanto a los medios gráficos como a las redes sociales, en las cuales a veces se tiene la intención de concientizar a través de fotografías sumamente perturbadoras que sólo fomentan el morbo sin cumplir en realidad con su objetivo original.
Otro caso de imágenes que pueden desagradar a la sociedad radica en la exhibición de la desnudez con fines publicitarios o sensacionalistas. En ningún caso creo que este tipo de publicaciones deberían evitarse, debido a que afectan a una pequeña porción de la población, en especial a quienes siguen al pie de la letra los criterios de su religión o poseen una moral muy ortodoxa. En la actualidad, este sector cada vez tiene menos poder de influencia en la opinión pública, por lo cual estoy de acuerdo en que no deberían ser tenidos en cuenta a la hora de definir los mencionados límites.
No ocurre lo mismo cuando se trata de desnudez en niños. No lo considero un estilo de fotografía al natural, sino una provocación que induce a los infantes a una sexualidad temprana que puede ser perjudicial para su desarrollo. Un ejemplo son las polémicas fotografías tomadas a Brooke Shields a los diez años, en las cuales se la puede ver completamente desnuda, maquillada como una mujer adulta y en una posición sugestiva.
Al momento de decidir si publicar una fotografía o no, en un 90 por ciento de los casos se debe pensar en términos meramente informativos, y en el valor agregado de sustento y credibilidad que una imagen le otorga a un artículo periodístico. Sin embargo, en el resto de los casos es necesario ponerse en el lugar de los lectores y evaluar el impacto que tendrá en la opinión pública. Como se dijo anteriormente, es una delicada línea la que divide ambas situaciones, y es necesario acarrear años de experiencia en la materia y tener suficientes dosis de criterio y sentido común que permitan discernir entre lo que se debe publicar o no.
Existen fotografías muy fortuitas, tomadas en el momento justo y en el lugar preciso de los hechos, las cuales por más perturbadoras que puedan llegar a resultar, merecen ser compartidas con la comunidad. Un ejemplo es la imagen tomada por Eddie Adams que muestra el asesinato por parte del jefe de policía de Saigón de un guerrillero del Vietcong. Este caso particular también sirve para ejemplificar que cada fotografía –en especial las de esta índole- debe ser publicada junto a un contexto que la explique en su totalidad, porque se dice que una “una imagen vale más que mil palabras”, pero lo que transmiten varía según quien las contemple. Es por esto que si se encuentran aisladas de epígrafes o textos explicativos, pueden dar lugar a malos entendidos, tal como ocurrió con la fotografía de Eddie Adams.
En otros casos, no necesitan contextualizarse porque hablan por sí mismas, tal como “La niña y el buitre”, la cual retrata la situación de pobreza extrema del continente africano, sea cual fuera su verdadero contexto.
Un buen ejemplo de imagen que hiere la sensibilidad de la población es la de la mano mutilada tomada el 11 de septiembre entre las ruinas del World Trade Center que fue publicada por el New York Daily News. Puede calificarse a esta fotografía de sensacionalista e innecesaria, debido a que tal vez logre aportar una idea de lo que realmente significa morir o resultar gravemente herido en una tragedia de estas características, pero en la mayoría de los casos sólo sirvió para incrementar el morbo y la curiosidad de los lectores, tal vez ofendiendo y generando malestar en los familiares de las víctimas.
En conclusión, todas las imágenes tienen algo para contar. Algunos pueden considerarlas controversiales, quizás porque temen o lamentan la verdad que se esconde detrás de ellas. En cualquier caso, quien tenga la posibilidad de compartirlas con una gran cantidad de lectores mediante su publicación en algún medio, debe hacerlo con criterio y de manera justificada. Siempre habrá quienes se sientan incómodos, pero no se puede contentar a todo el mundo. No deben olvidarse que la principal misión es informar. 

El secreto de sus ojos y el concepto de justicia


La película argentina ganadora del premio Óscar, El secreto de sus ojos, plantea un sinfín de dilemas morales, desde la inculpación de dos trabajadores inmigrantes y el allanamiento ilegal de una propiedad para esclarecer un crimen, hasta la liberación de un asesino por cuestiones políticas.
Se trata de un largometraje realizado en el año 2009, a partir de una combinación de drama y suspenso. Dirigida por Juan José Campanella y basada en la novela La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri, el film está protagonizado por Ricardo Darín, Soledad Villamil, Pablo Rago y Javier Godino, con la participación especial de Guillermo Francella. Como se destacó anteriormente, en 2010 se convirtió en la segunda realización argentina en recibir el Óscar a Mejor Película Extranjera, después de La historia oficial.
El argumento transcurre en la Argentina de los años ‘70. Benjamín Espósito es oficial de un Juzgado de Instrucción de Buenos Aires y está a punto de retirarse. Obsesionado por un brutal asesinato ocurrido treinta años antes, decide escribir una novela sobre el caso, del cual fue testigo y protagonista. Reviviendo el pasado, viene también a su memoria el recuerdo de una mujer, a quien ha amado en silencio durante todos esos años.
Más allá de la historia de su protagonista, El secreto de sus ojos presenta una trama compleja repleta de detalles, imposible de desarrollar en pocas líneas. Sin embargo, uno de los momentos que mayor impacto emocional generó en la audiencia se desarrolla durante el desenlace. Se trata del clímax de la película, en el cual Espósito va a visitar a Morales, cuya esposa fue asesinada hace más de treinta años. El viudo se había mudado en 1975 a una casa aislada en las afueras de la Provincia de Buenos Aires. Durante la visita, ambos discuten varios de los eventos que ocurrieron durante y después del caso, pero Morales se descontrola después de que Espósito le pregunta cómo hizo para sobrellevar la injusticia con la que finalizó su causa. Morales le responde que él mismo se había encargado de secuestrar a Isidoro Gómez –el asesino de su mujer– y de tirotearlo en el baúl de su auto. No del todo conforme con la explicación, el protagonista se retira. Sin embargo, tras una profunda reflexión guiada por recuerdos, detiene el auto y se dirige de regreso a la casa. Lo hace al recordar el empeño que tenía Morales en que Gómez sufriera una estadía eterna en prisión, y no eludiera su castigo a través de la pena de muerte. De esta manera, llegó a la conclusión de que era imposible que el damnificado le hubiera dado el gusto a su agresor.
Al regresar, Espósito encuentra a Morales entrando en un granero con un plato de pequeños trozos de pan. Sin ser descubierto, avanza y mira por detrás de la puerta: lleva ese plato a una celda de cuya oscuridad sale un hombre muy avejentado, quien resulta ser Gómez, a quien Morales mantuvo preso y alimentado, sin dirigirle una sola palabra durante 25 años.
Dentro de su prisión, Gómez se aproxima a Espósito y le ruega: “Dígale que por lo menos me hable”. En ese momento Morales, con seriedad, se justifica ante Espósito: "Usted dijo perpetua".
Este último diálogo remite a una escena anterior de la película. Luego del asesinato de su esposa, Morales le pregunta a Espósito –encargado de la investigación– qué condena le tocaría al culpable, en caso de ser atrapado. “Homicidio calificado por violación, le corresponde perpetua”, le contesta fríamente el personaje interpretado por Ricardo Darín.
A los ojos del espectador, se trató de una simple aclaración. Sin embargo, estas palabras, que quedaron retumbando en la mente del viudo durante años, lo inducirían progresivamente a tomar la decisión de hacer cumplir la ley por sus propios medios.
Finalmente Isidoro Gómez es capturado, juzgado y condenado, pero apenas un mes después, queda en libertad. El privilegio le es concedido gracias a un rival de Espósito, quien lo contrata como sicario de la facción de derecha del Partido Peronista.
El hecho de que el asesino de su mujer saliera en libertad devasta a Morales. Pero luego, el sentimiento de impotencia lo lleva a investigar a Isidoro, fraguando un sentimiento de venganza hacia él, y un afán de aplicar por su cuenta aquello que no logró encontrar en el sistema judicial argentino.
La decisión tomada por Morales lleva inevitablemente a la pregunta: si el sistema no funciona, si la víctima castiga al culpable por su cuenta, ¿se hace justicia de todas maneras?
En este caso, el personaje encarnado por Pablo Rago consideró que la justicia es un privilegio que el hombre podía otorgarse a sí mismo, sin intervención de un juez –como lo dispondrían los más apegados a las normas– y sin intervención de Dios –como lo aprobaría un religioso–.
En este caso, Morales tal vez no haya nacido con un espíritu vengativo, sin embargo el profundo amor que sentía por su mujer –el cual se ve reflejado en la película– lo obliga a enfrentarse a ese desconcertante dilema moral, inclinándose finalmente por la opción menos apropiada desde el punto de vista ético, y más ligada a lo pasional.
Cabe resaltar que ninguna de las dos salidas era sencilla. No era fácilmente soportable la humillación de tener que ver en libertad a alguien que había violado y matado a su esposa, y tampoco es viable la presión psicológica que surge de mantener a otra persona en cautiverio, tratándose de un ser humano en pleno uso de sus facultades mentales.
La otra pregunta que surge a partir del accionar de Morales es: ¿La prisión perpetua es un castigo lo suficientemente equitativo para el crimen que cometió Isidoro Gómez? Se está hablando de una reclusión donde se lo alimenta sólo lo suficiente como para poder mantenerlo con vida, en la cual no recibirá palabra ni contacto con ningún otro ser humano hasta el día de su muerte.
Al respecto, la Constitución Nacional reza, en su Artículo Nº 18: “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice.” Esto demuestra que, según la Ley Suprema, la prisión es para seguridad y no para castigo. En otras palabras, este último no es considerado justicia.
Y si lo estipulado por la Constitución no fuera suficiente, también se puede citar al filósofo John Stuart Mill: “La única finalidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido sobre un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que perjudique a los demás”.
¿Pero quién decide qué es lo que merece y qué no un asesino? Por más que una vida tras las rejas pueda parecer extremadamente agobiante, está más que claro que los factores que producen sufrimiento no son universales. Para algunos, la muerte es el castigo perfecto, mientras que para otros es la “salida fácil”.
La pena máxima –según la subjetividad de cada individuo– puede basarse en la pérdida de un ser querido, vivir en soledad, no tener éxito en los emprendimientos, no ganar suficiente dinero, y la lista continúa. Por estos motivos, sería una tarea imposible castigar a cada persona basándose en lo que verdaderamente la hace sufrir.
La medida adoptada por Morales, la cual impone la indiferencia como principal castigo para el autor del crimen, no le devolvería la vida a su mujer, pero le otorgaría cierta paz a su espíritu.
¿Cuál fue la reacción Espósito al descubrir lo que estaba haciendo? ¿Lo denunció? No, simplemente dio media vuelta y se fue. Tal vez más tarde –y queda a criterio del espectador–, enviaría un móvil policial hacia su residencia. Pero lo más probable es que no fuese así.
En cambio, es muy factible que aquella privación ilegal de la libertad cometida por Morales haya sido interpretada como un acto de amor póstumo hacia su esposa. El mismo que inspiró a Espósito a volver a la ciudad para declararse ante Irene, a quien había amado en secreto durante todos esos años.

jueves, 30 de agosto de 2012

Tergiversación en el debate por los números oficiales


A partir del informe emitido el pasado 10 de agosto, muchos reconocidos medios de comunicación nacionales comenzaron a difundir frases similares a “La polémica por los seis pesos del INDEC” por citar –sólo como ejemplo- al diario Clarín, las cuales desencadenaron opiniones tales como “nadie vive con seis pesos por día”, por parte de la población.


La falta de veracidad en la información y tergiversación de las cifras aportadas por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), produjeron confusión e indignación en gran parte de la sociedad argentina. Tanto lectores y espectadores como líderes de sindicatos, agrupaciones y organizaciones sin fines de lucro comenzaron a plasmar su descontento a través de las redes sociales, lo cual generó una inmensa vorágine de desinformación, equívocos y malos entendidos que no hicieron más que continuar acentuando la imagen negativa que predomina en torno a los datos generados por el organismo.
Las consecuencias de la falta de chequeo en la información por parte de los grandes medios nacionales -tanto gráficos como radiales y televisivos- fueron desde un sentimiento de humillación y pesimismo por parte de los consumidores hasta burlas y descalificaciones innecesarias y carentes de criterio difundidas ya no a través de los ciudadanos, sino de comunicadores profesionales y responsables. 
Esta situación se produjo pese a que, tras una sencilla investigación, cualquier persona puede constatar que el organismo en cuestión se encargó de tomar los precios mínimos de todos los productos de la Canasta Básica Familiar a fin de generar un monto aproximado con el que tres modalidades distintas de familias tienen que contar para no ser consideradas pobres o indigentes. Dicho procedimiento se encuentra especificado en su informe de Valorización Mensual de la Canasta Básica Alimentaria y de la Canasta Básica Total en el Gran Buenos Aires para julio de 2012.
Su actual directora, Ana María Edwin, explicó la situación afirmando: “Clarín nos ha dedicado muchísimas tapas y semáforos en rojo", tras sostener que "el INDEC nunca ha difundido ni difundirá que se necesitan seis pesos para que una persona coma por día", en una entrevista publicada a través de INFOnews. 
“Hicieron una división simple para tornar en un hecho mediático lo que el INDEC no dice", denunció Edwin con respecto a la manipulación informativa generada. "Lo que se hizo fue tomar los precios mínimos de absolutamente todos los productos en promedio a lo largo de cierto tiempo. Son variaciones de precios las que aparecen  -pero no un exacto monto- con las que cada uno tiene que contar para no ser indigente", agregó.
Con respecto a la vigente utilización de mediciones a través de las Canastas Básicas, explicó que “en los años 80 era francamente innovador, hoy en día lo cierto es que sirve para poco. Lo seguimos llevando adelante para no discontinuar una serie de estadísticas que nos permite ver si hay mejoramiento”, concluyó.
El informe generado por el instituto titula: “Determinación de los ingresos necesarios por hogar para superar el umbral de indigencia y de pobreza”, se presenta una breve explicación sobre cómo fueron realizados los cálculos, y a continuación se adjunta el cuadro que incluye las cifras de la polémica.

La otra voz


"¿Puede una familia tipo cubrir las necesidades alimentarias diarias destinando entre 6 y 7 pesos por persona al día? El último reporte de Canastas Básicas del INDEC cree que sí", publicó La Nación. Al igual que el matutino, una decena de medios y opinólogos frecuentes se sumaron al debate en torno de los números oficiales.
La contracara de la voz oficial resulta ser nada menos que las universidades y consultoras económicas privadas, las cuales tras realizar sus propios relevamientos, lograron confirmar la inexactitud de los números del INDEC. Sin embargo, se trató de estudios efectuados bajo parámetros basados en información tergiversada, proveniente de los medios de comunicación.  
Pese a no ser una consultora privada, forma parte de esta lista la agrupación Barrios de Pie, creada en el 2001 a través del Movimiento Libres del Sur con el fin de nuclear los reclamos de los trabajadores desocupados en la lucha contra el hambre y la pobreza. En este marco, han realizado diversas movidas para pedir mejoras en las condiciones de vida, la salud y la alimentación. 
En esta oportunidad, sus miembros también se encargaron de llevar adelante su propio relevamiento a través de los barrios, registrando las necesidades de los vecinos. A su vez, participaron en las encuestas realizadas por el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (ISEPCI) y el Centro de Investigaciones Participativas en Políticas Económicas y Sociales (CIPPES). 
Los resultados arrojaron que para no estar bajo la línea de pobreza, una familia de cuatro miembros “compuesta por un jefe varón de 35 años, su esposa de 31 años, un hijo de 5 y una hija de 8 años” necesita $3.365, sobre los $1507 que contabilizó el INDEC para el mes de junio. A su vez, la misma familia para no ser indigente requiere $1.522, contra los $681 oficiales para el mismo período. 
Las primeras cifras pertenecen a la Canasta Básica Total, mientras que las segundas a la Canasta Básica Alimentaria, en obediencia a la aclaración: “Los hogares serán considerados pobres si su ingreso es menor al valor de la CBT que le corresponde, e indigente si su ingreso es inferior a la CBA”.
Haciendo divisiones, estos números arrojan un total de $12, 56 pesos por persona por día para no ser pobre, y $5,68 para no ser indigente. 
En los volantes repartidos, titularon “Nadie vive con seis pesos por día. Basta de mentiras”, pero tuvieron la delicadeza de añadir en letra pequeña: “El INDEC afirma que una familia de cuatro personas puede vivir con 50 pesos diarios”, contradiciendo sus propias afirmaciones.
Por exageraciones malintencionadas, el boca en boca fue paulatinamente convirtiendo $ 688,37 por mes en “seis pesos por día” para toda la población, en lugar de por persona por día, para una familia de cuatro.
En entrevista con Julia Quispe, responsable distrital de Barrios de Pie, manifestó que “a partir de los valores del INDEC se desprende que una persona adulta puede alimentarse con sólo seis pesos por día. Es indefendible”. Esta organización tiene a su favor que toda la información emitida está basada en los datos brindados directamente por el INDEC, y no a partir de lo aportado por los medios de comunicación. Esto puede corroborarse –por ejemplo- a través de la folletería entregada en mano en la vía púbica, la cual aporta datos y cifras contundentes y comprobables.
Sin embargo, ante la pregunta sobre si estaba realmente segura de que esos habían sido los datos aportados por el INDEC, Julia debió volver a hacer cálculos y se abstuvo de responder en torno la afirmación que encabeza los volantes que ella misma reparte. A su vez, demostró infinita confianza en los relevamientos realizados por las consultoras privadas.
Barrios de Pie también arremetió contra la cadena de supermercados Carrefour, aseverando que su nuevo menú económico y nutritivo de $391, 41 “ni siquiera respeta la línea nutricional del instituto oficial -que ya es bastante limitada- y, al igual que este, propone un conjunto de productos que carecen de los elementos indispensables para convertirlos en alimentos que se puedan consumir. Llama la atención la sintonía de la cadena comercial más grande del país con los indefendibles valores que publica el INDEC.”

Otros datos de interés


La influencia del quinto poder. Tras la noticia surgida a raíz de las últimas publicaciones del INDEC, miles de usuarios de Twitter comentaron de forma burlesca el cálculo del organismo y generaron un Trending Topic o tendencia en la red social, lo que equivale a la palabra o frase más comentada del momento. Los comentarios al respecto se pueden visualizar en Twitter con el TT “Con $6”. Al mismo tiempo, los afiches irónicos de humor político no se hicieron esperar en Facebook.
El que busca, encuentra. El menú "al alcance de todos" de Carrefour incluye una variada gama de alimentos racionados para cumplir con las cuatro comidas diarias de una familia constituida por dos adultos y dos niños "de entre 10 y 12 años”. Sin embargo, no incluye productos tales como pescado, café, manteca, galletitas, yogurt, espinaca, lechuga, zapallitos, berenjenas o brócoli.
¿Cuánto se necesita para comer por día por persona? Los cálculos varían casi tanto como los organismos que los realizan. Para la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) disidente son $19 y para Carrera de Nutrición de la UBA y la Universidad de La Plata se necesitan $24.

miércoles, 6 de junio de 2012

La mirada perdida

 Después de apagar tres veces el despertador, por fin logró despabilarse. Los rayos de sol inundaban la habitación y se reflejaban directamente sobre sus ojos, cegándolo con un brillo incómodo. Por la claridad y la posición de la luz, calculó que eran las once de la mañana.

“Odio los lunes” dijo para sí mismo, y recordó al instante que debería haber llegado a la redacción a las diez. De todas maneras no se apresuró. Rara vez se tomaba en serio sus responsabilidades, y su vida estaba libre de prisas y preocupaciones.

Se dio vuelta lentamente y notó que todo a su alrededor comenzaba a girar. Comprendió al instante que la resaca no le perdonaría todo lo que había bebido la noche anterior. Pero se topó con otro problema aún más complejo. Al intentar salir de la cama, descubrió que algo le estaba impidiendo el paso. Quitó las sábanas y ahí estaba: una delgada morocha completamente desnuda, durmiendo boca abajo.

Intentó hacer memoria, pero sólo pudo recordar breves momentos en que charlaba con ella en el bar. No supo explicarse sobre qué, cuál era su nombre, o qué era lo que había ocurrido después. Estos aspectos habían sido completamente borrados de su mente por culpa de unos cuantos vasos de tequila.

Se tranquilizó pensando que por lo menos era bonita, y que no le había ocurrido como otras veces.

Pero tampoco iba a perder mucho tiempo más intentando averiguar la identidad de esa chica, o qué había pasado la noche anterior. Sólo se limitó a darle golpecitos y susurrarle:

–Nena, nena… ¡levantate!

Después se incorporó lentamente y se dio una suave y relajante ducha. Se calzó sus zapatillas preferidas, unos jeans y una remera del Che Guevara color verde vivo. Pero también se colocó sobre los hombros un saco ocre grisáceo, porque no quería que dejaran de apreciar que era un hombre formal e importante.

Máximo Frías era un prestigioso y talentoso periodista del diario La Capital. 
Trabajaba allí desde hacía tan sólo tres años, pero en ese tiempo había sabido ganarse un lugar respetable, más por su buena suerte y virtudes innatas que por sus conocimientos, su perfeccionismo o su responsabilidad. de hecho, estas últimas cualidades eran inexistentes en el joven comunicador.
Pese a que se le habían estipulado horarios fijos en la redacción, los había reorganizado cómodamente según su conveniencia. Más bien, en base a su personalidad errática: iba cuando le daba la gana. Como trabajador, debía estar siguiendo una rutina, y sin embargo vivía cada día de una manera distinta.

Sorprendentemente, esta era una actitud que nadie se atrevía a corregir ni a criticar. Sus superiores lo cuidaban y respetaban como a un eslabón de oro, porque tenían en claro que su capacidad para el oficio no sería hallada en ninguna otra parte.

Máximo vivía solo en un lujoso departamento ubicado en el centro de la ciudad, en el que muchas mujeres entraban y salían, pero ninguna se quedaba más de una noche.

Por supuesto, esta situación se producía acorde a su mentalidad de Don Juan. Desde que tenía uso de razón, jamás había soñado con tener una esposa o ser padre de familia.

Las chicas significaban para él tan sólo otro lujoso elemento decorativo en su departamento. Cuando sus amigos sentenciaban que su debilidad eran las mujeres, él solía responder: “No tengo debilidades. Las mujeres son sólo un pequeño placer, igual que un poco de crema sobre el café.”

Siempre solía afirmar que moriría soltero, tal vez en una enorme mansión, rodeado de jóvenes modelos.

Quienes apenas lo conocían, no hubiesen podido creer que, años atrás, Máximo había tenido una novia. Sus amigos más cercanos la recordaban como una relación desatinada, bastante fugaz y, sobre todo, superficial. De cualquier manera, Máximo nunca hablaba sobre aquella etapa de su vida. Tan sólo constituía para él una desviación que no debía volver a cometerse.

La noche en que comenzó la pesadilla, él aún no la había conocido. Se había separado de su grupo de amigos, y de repente se encontró dando vueltas, solo y con un trago la mano, en el último piso del boliche más grande de la ciudad. Fue el momento en que la vio: una mujer increíblemente hermosa, bailando sola contra una columna.

Al instante se paró frente a ella. Estaba un tanto borracho, y había fumado marihuana, por lo cual consideró oportuno ser breve.


  –¿Me das un beso? –le dijo simplemente.

Alto y con mirada penetrante, enormes brazos, y una voz sensual, Máximo poseía todas las cualidades de un hombre al que pocas mujeres eran capaces de resistirse. Muchas se enamoraban perdidamente de su rebeldía, y sin embargo, eran tan sólo un vicio más para él.

La joven lo observó detenidamente, y después murmuró “bueno, está bien”, antes de conceder su deseo.

Esa noche, lejos de ser igual a las demás, quedó grabada en la memoria de Máximo como escalofriantemente perturbadora y tétrica.

–Vayamos a mi casa –le había dicho ella. Su nombre era Claudia, y Máximo lo recordó cuidadosamente, porque se prometió nunca volver a cometer ese error.

La muchacha vivía con su padrastro en una pequeña ciudad aledaña, la cual tenía fama de albergar muchas familias de clase baja, en zonas que constituían un paraíso para los delincuentes.

Apenas llegaron a su morada –que se asemejaba más a una tapera que a una casa–, ingresaron en la sala principal y comenzó a abrirse una enorme puerta lateral. Pero como estaba rota y fuera de sus ejes, la persona que se encontraba del otro lado debió hacer un esfuerzo mayúsculo para poder correrla. Cuando por fin lo logró, el golpe brusco provocó que una enorme mata de polvo se liberara por los aires.

Del otro lado apareció un hombre de mediana edad, desalineado y en calzoncillos. Al ver a su hijastra con un desconocido dentro de la casa, todo lo que hizo fue volver a cerrar la puerta.

Máximo miró a su alrededor: el lugar era prácticamente una pocilga. Había decenas de elementos fuera de su lugar, una montaña de platos sucios y con comida en mal estado, basura en el suelo, manchas en las paredes, vidrios rotos y un aroma nauseabundo que no dejaba respirar.

Y en la habitación de Claudia, el panorama no mejoraba. Su cama tenía un colchón extra–delgado, con un hueco hundido en el medio. Las sábanas tenían manchas, pero Máximo no se sentía con ánimos de identificar de qué fluido corporal provenía cada una de ellas.

Las circunstancias eran decepcionantes, pero al valiente periodista no le gustaba irse del baile sin haber destrozado la pista primero. Bajo el título de Señor de la Noche, le gustaba salir en busca de aventuras, y correr riesgos absurdos sólo para sentir un poco de adrenalina.


Más tarde se confesaría a sí mismo que aquella noche experimentó el verdadero temor de despertar, después de hacer el amor, en una bañera llena de hielo y sin sus riñones. Sin embargo, sin más preámbulo, se quitó la ropa; y lo siguiente se convirtió, gracias al efecto del alcohol y el paso del tiempo, en una mezcla de recuerdos confusos grabados en su memoria.

Una vez que estuvo exhausto, intentó reacomodarse junto a ella en esa cama de una plaza, sobre algo que era más parecido a un cubrecama que a un colchón.

En ese instante se volteó para observarla, y fue cuando lo notó por primera vez. La miró a los ojos detenidamente de cerca, y percibió que había algo extraño en ella.

La tenue luz de luna que entraba suavemente por la ventana iluminaba sus rasgos lo suficiente como para que cualquiera pudiese percatarse de aquello.
Su mirada estaba perdida, como si se hubiese vaciado su alma. Sus ojos, negros como el azabache y desoladoramente profundos, no expresaban emoción alguna. No era indiferencia, tampoco era dolor o tristeza, y definitivamente no era placer ni satisfacción.

En algún rincón de su mente, él sintió la certeza de que dentro de ese cuerpo ya no había un espíritu. Sólo una cosa era segura: su capacidad de sentir se había perdido. Había sido abandonada como un niño en la tormenta, y jamás sería hallada de nuevo.

Aquella expresión provocaba en Máximo una sensación de pena y horror indescriptible. Incluso intentó contárselo a los demás, o manifestarlo a través de sus textos, pero nunca fue capaz de encontrar las palabras.

Ella continuaba observándolo sin emitir sonido alguno, encandilándolo con ese abismo negro que reflejaban sus ojos, en el que tenía miedo de tropezar y caer. Por eso decidió romper el hielo.

–¿Te pasa algo? –balbuceó, y la acarició con temor. Ella dijo que no con la cabeza.

–Hay algo que nunca te conté –susurró, por fin–. Yo estoy muerta.

Máximo lanzó una risa nerviosa.

–¿Ah, sí? –la palpó cuidadosamente– ¿Sos un fantasma?

–No, no es eso –respondió Claudia con una serenidad imperturbable–. Mi cuerpo vive, pero estoy muerta por dentro.

–¿Qué decís? ¿Me estás hablando en serio o es un chiste? ¿Por qué decís eso? –masculló alterado.

–Ya no importa, fue hace mucho tiempo.

–¡Esto no es para nada gracioso!

–Lo gracioso es que no me creas… –le respondió, con el mismo desinterés.

Lejos de confiar en sus palabras, el casanova prefirió pensar que la muchacha había enloquecido, y le ayudó a confirmar su teoría una seguidilla de testimonios que ella misma le confió. Entre ellos, que además de estar muerta también podía ver fantasmas. Espíritus de gente que se detenían frente a su cama y le preguntaban la hora.

“Esta película ya la vi”, pensó él, y dándose media vuelta se dispuso a dormir. Sin que nadie la escuchara, ella continuó relatando historias de acontecimientos inusuales y sin sentido, que no lograban más que poner al descubierto su evidente insanía mental.

Al día siguiente Máximo se levantó temprano y huyó en un remís. El episodio le había parecido extraño, pero lo recordaba con humor.


Su vida transcurrió con normalidad durante más de un año. En ese tiempo conoció a Ivanna, y creyó estar enamorado. Cuando todo terminó, volvió a retomar sus “andadas”, como llamaban sus amigos a su vida entregada al vicio.

Después de muchas noches perdidas, con itinerarios sin sentido, borracheras que demolían su cuerpo y mujeres hermosas que iban y venían, Máximo volvió a vivir un episodio que lo obligó a recapacitar.

En otra de sus habituales noches de aventura, él y sus amigos decidieron salir a conocer un lugar distinto. Después de mucho viajar y recorrer, terminaron en un antro ubicado en el corazón de los suburbios, donde se podía acceder fácilmente a todo tipo de diversiones e ilegalidades.

Allí conoció a una camarera muy hermosa llamada Julia. Ella quedó cautivada por sus encantos masculinos desde un primer momento. Sin embargo, el joven galán no estaba muy inspirado aquel día, por lo que no se apresuró a tomar la iniciativa.

Ambos charlaron animadamente durante horas, luego no pudieron resistirse más, y se robaron mutuamente un cálido y apasionante beso. Alrededor de las cinco de la mañana, Máximo decidió llevarla a su departamento.

Mientras viajaban en el auto, Julia comenzó a llorar sin motivo. Antes de que él pudiese mediar palabra alguna, ella comenzó a relatarle todas sus penas. Le contó detalles de su vida íntima, desde la muerte de su padre hasta los golpes que le propinaba su padrastro a su madre frente a sus ojos, incluyendo su infancia turbulenta, en medio de una cruda pobreza. Le confió todas sus frustraciones amorosas, y le contó los pormenores relacionados con su empleo y su sueldo deplorable.

El desconsuelo de la joven camarera comenzó a acrecentarse hasta convertirse en un incontrolable ataque de pánico, colmado de lágrimas y sollozos. “Mi hermano y yo no podíamos comprarnos zapatillas para ir a la escuela”, fue una de sus exclamaciones.


Máximo se limitó a observarla estupefacto. Por más que lo intentaba, no atinaba a realizar ningún movimiento, ni a esbozar alguna palabra que pudiera calmar a Julia y –a su vez– rescatarlo de aquella situación. Inmediatamente comenzó a sentir lástima por ella, pero su perspectiva no impidió que finalmente durmieran juntos esa noche.

–¡No me llamaste! –le recriminó ella el sábado siguiente, al reconocerlo mientras llevaba un pedido hacia una de las mesas. Los amigos del joven periodista habían decidido salir al mismo lugar, porque la noche anterior habían conseguido más mujeres que en cualquier otro bar.

–Perdoname, es que estuve muy ocupado –le respondió él.

–¡Me pasaste mal tu número de teléfono, y encima no me llamaste! –insistió Julia, y se mostró tan tensa que, al instante, la bandeja se le resbaló de las manos y las copas y botellas de vidrio se hicieron añicos en el suelo.

Al arrodillarse para levantar el desastre, se manchó el delantal con la suciedad que había en el piso, la cual en combinación con el líquido de la cerveza, formaba una especie de barro. Acto seguido, comenzó a refregarse la mancha con los dedos, pero al hacerlo se agachó demasiado y desde su bolsillo cayeron decenas de pequeñas monedas de un peso. Al instante, muchos comenzaron a juntarlas y a guardárselas en sus propios bolsillos.

Ella se puso tan nerviosa que comenzó a sollozar, y sin querer se clavó un par de vidrios en las rodillas. Sin poder creerlo, se sentó a un lado a lamentarse, repitiendo “no puedo más, no puedo más”.

Máximo no había cesado de mirarla un minuto, con expresión perpleja, desde una de las esquinas del local.

Fue entonces cuando comenzó a sentir una extrema piedad, que rápidamente se convirtió en lástima. La situación le producía rechazo, percibía la actitud de la muchacha aún más patética que en el episodio de drama que había montado dentro del auto. Por más que tuviera un bonito cuerpo, el galán consideraba que hablar de ese tipo de traumas en una primera salida, era algo que no podía hacer sentir cómodo a ningún hombre que estuviese en sus cabales.

Una brusca maniobra lo distrajo de sus pensamientos:

–¡Te conté cosas sobre mí, cosas muy fuertes, secretos muy profundos, y me usaste! –vociferó Julia mientras lo arrinconaba violentamente contra la pared.

Casualmente ese movimiento los colocó a ambos bajo un haz de luz, en medio de la penumbra que reinaba en torno al bar. En ese momento, él pudo apreciarla bien, y notó con horror que ella también poseía esa mirada. La misma que Claudia, la joven que había conocido años atrás, con ojos negros y una expresión sumamente penetrante, fría y perturbadora.

Máximo se escapó corriendo de ese lugar, y no quiso enterarse más de nada relacionado con aquella chica.

De camino a casa, se sumió en sus propios pensamientos.

¿Cómo podía ser que ambas muchachas, sin conexión aparente, tuvieran tanto en común? Tanto Claudia como Julia habían sido criadas en los barrios bajos. Eran mujeres de clase trabajadora, con una educación exigua que no superaba el nivel secundario, un grupo familiar hecho pedazos, y sobre todo muy baja autoestima. Ambas pertenecían a esa clase de chicas que cualquier hombre puede conquistar fácilmente si cuenta con una billetera llena, o con una simple mirada cautivadora.

Pero lo más importante, aquello que más le quitaba el sueño, era la idéntica expresión de horror que se manifestaba a través de sus semblantes, depositado muy profundamente dentro de sus entrañas.

Fue entonces cuando se decidió: comenzaría una investigación por cuenta propia. Algún maleficio o hecho desafortunado relacionaba a esas dos jóvenes; sus miradas no podían ser idénticas por pura casualidad.

Comenzó a frecuentar cada vez más asiduamente los bares lúgubres de los barrios pobres, enredándose con mujeres de la más baja calaña con el único objetivo de encontrar alguna pista que lo ayudara a develar el espeluznante misterio. Para su sorpresa, en un período de seis meses halló otras cinco muchachas en las mismas condiciones. A cada instante podía percibir en ellas un profundo vacío y un sombrío dolor proveniente desde lo más profundo de su espíritu. “Los ojos negros del horror” o “la mirada perdida”, eran las denominaciones con las cuales se refería a este síndrome.

Lentamente fue obsesionándose en descubrir las paradojas de cada una de aquellas chicas, a quienes había adoptado como sus objetos de estudio. Les tomaba cientos de fotos con su cámara, sólo para comprobar que el oscuro poder de su mirada también podía percibirse a través de una lente.

Además, había comenzado a notar que su persona constituía una especie de halo de potente luz, cuya función era atraer y guiar a aquellas almas en pena.

Se perdió en medio de hipótesis, premisas e indagaciones, y finalmente fue alejándose su círculo de amigos.

Incluso su carrera profesional comenzó a tambalear. Sus superiores de la redacción del diario La Capital le llamaban la atención cada vez con más frecuencia.

Pero él había apostado hasta lo más profundo de su ser en esa interminable búsqueda. “O estoy loco, o estoy a punto de descubrir algo grande”, se decía a menudo.


Luego de seis meses, los indicios dejaron de aparecer, y su investigación se estancó. Sin embargo, al instante las palabras de Claudia resonaron en su memoria: “Yo estoy muerta”.

Entonces se iluminó. Después de revisar varios libros de su estantería, se fijó en una agenda vieja, y allí lo encontró. Era el número de teléfono de Claudia, el cual, en un acto de sorpresiva lucidez, había decidido no tirar.

Marcó cada número con el pulso tembloroso, cruzando los dedos y deseando con todas sus fuerzas escuchar alguna respuesta al otro lado del teléfono. Finalmente, ella contestó.

–Hola, Claudia. No sé si te acordás de mí… soy Máximo.

–Ah, sí ¡Máximo! ¡Cómo me voy a olvidar! Es extraño que me llames después de tantos años… –observó.

–Sí, te pido disculpas por eso. Te llamo porque necesito saber la verdad. La verdad sobre vos, sobre todas ustedes ¡Me estoy volviendo loco! –se desesperó.

–¡Ajá! Ya me parecía raro que vos, un hombre tan inteligente, no hubiese podido darse cuenta antes.

–¿Darme cuenta de qué? Por favor, decímelo.

–Ya te lo dije, yo estoy muerta. Vivo, respiro, camino, pero ya no tengo nada por qué vivir. Y es un estado que no puedo revertir, porque no puedo volver de la muerte. Solamente me queda esperar a terminar con esta vida. Te lo conté a vos porque noté que ya lo sabías, lo podías percibir en mí. Y seguramente te habrás cruzado con muchas otras personas que te parecieron de alguna manera más sensibles que el resto, y que se te pegaron como sanguijuelas, para que les des una mano en las peores miserias de sus vidas. Perdonanos, Máximo, somos así. Lo triste es que vos no te des cuenta. No te puedo decir nada más, espero que no sufras mucho.

–¡Estás loca! –contestó él aterrorizado, y colgó el teléfono.

Se acostó en la cama con la luz apagada, estaba exhausto. Las aspas del ventilador giraban hipnóticamente sobre su cabeza. Sus sombras parecían cortar su espíritu en pequeños pedazos cada vez que se proyectaban sobre él.

Casi sin pensar, extrajo lentamente la cámara de fotos desde uno de sus bolsillos y comenzó a pasar las imágenes, una por una. Se detuvo en una fotografía que le llamó la atención, en la que se podía apreciar a sí mismo en primer plano, bailando en el boliche y rodeado de hermosas mujeres. Luego de observarla detenidamente, reaccionó con un potente alarido de terror, saltó de la cama y comenzó a correr desesperadamente por toda la habitación.

En la fotografía, sus ojos miraban fijamente a la cámara, con una mirada desconcertante, fría, opaca e imperturbable. Fue entonces cuando creyó que había terminado de enloquecer. Se miró en el espejo y terminó de comprobarlo: había caído en la negra trampa. Él mismo padecía de aquel síndrome, era un portador más de la terrible y escalofriante mirada perdida.

Se preguntó con sorpresa cómo había llegado hasta ese punto. Lanzó una nueva exclamación de horror, y comenzó a temblar. El corazón le latía a toda velocidad, un sudor frío recorría su frente. No podía dejar de pensar en aquella imagen; sus propios ojos también poseían aquello que lo perseguía en sus peores pesadillas.

Atemorizado, volvió a recostarse para intentar entrar en calma, pero el techo blanco sólo disparó aún más sus pensamientos.

Recordó aquella última discusión dentro de su auto. Ivanna, su ex novia, lo estaba abandonando de manera repentina, sin que él tuviese el menor indicio de por qué.

Lo rememoraba con imágenes tan nítidas, como si hubiese ocurrido el día anterior. Llovía, y ambos lloraban.

–Ivanna, me cansé de decirte que sos lo más lindo que tengo. Vos vivís repitiendo que yo soy el amor de tu vida. Me estás matando… ¡No entiendo nada! –sollozaba él, abrazado al volante.

–Sí lo sos, es decir, sí eras el amor de mi vida. Y yo te quería mucho. Pero encontré otra persona, otro hombre con el que me entiendo mucho mejor. Antes estaba indecisa, pero ahora ya sé que lo quiero a él. Vos te equivocaste muchas veces.

–¿En qué? ¡Nunca me lo dijiste!

–Sí, fue mi error. Pero aunque te lo dijera, ya es tarde. Con él puedo expresarme, hablar de muchos temas que no comparto con vos… –determinó Ivanna.

Entonces, llegó a la más ineludible conclusión que finalizó con su investigación entera. Ellas habían muerto, y él también. La causa: un profundo dolor interno que se volvió insoportable.

–Me lastimaste –terminó de decir él.

–Perdoname –fue su única respuesta. Y acto seguido se bajó del auto y se alejó caminando bajo la lluvia.


El rostro de Máximo sonreía cada vez que salía con sus amigos, y podía hacerlo en cualquier momento. Por fuera estaba feliz, pero su corazón nunca más encontraría la dicha ni el consuelo.
Era verdad, estaba muerto desde el momento en que vio por última vez las luces de la calle inundadas de gotas de lluvia, y los pequeños pies de su amada chapoteando en los charcos, alejándose para siempre de su vida.