lunes, 28 de marzo de 2011

La Rebelión Secreta. Capítulo III.


Nina*

Pequeños pies que sostenían un pequeño cuerpo se apoyaban sobre los escalones de piedra. Tan ligeros parecían ser, que a simple vista hacían que la joven flotara sobre el suelo.
Por fin, ella estaba ahí. Había salido de su casa y ahora se encontraba parada en la escalinata, mirándolo fijo. Camilo se limitaba a observarla, con los zapatos lustrados, el pelo húmedo y los botones de su mejor traje mal abrochados. Extendió el brazo con timidez, entregándole un ramo de rosas con el envoltorio todo estrujado por su puño nervioso.
Sus amigos observaban la escena apostados en la vereda de enfrente. Fumaban y reían, simulando ser desconocidos. Al grupo de los tres jóvenes amigos de Camilo, se les habían sumado Roger y Ernesto, que habían sido incluidos en el pequeño club por iniciativa de Teo.
Se encontraban allí en primer lugar para controlar que Camilo siguiera las indicaciones que le había dado Roger, y en segundo lugar para prestarle ayuda si algo salía mal; pero principalmente se encontraban allí para estar en primera fila por si llegaba a producirse alguna situación graciosa.
La joven permanecía inmóvil, sin haber dicho una sola palabra. Sólo una cosa era segura: era dueña de una belleza indescriptible. Su menudencia la hacía verse frágil; y su piel, contadas veces alcanzada por los rayos del sol, tenía el aspecto pálido y suave de la porcelana. Camilo pensó que si aquella criatura hubiese sido una pintura –y lo parecía–, de una sola pincelada y con el más puro negro, el pintor hubiese rellenado el espacio que ocupaban sus ojos y su pelo; con un blanco igual de nítido, su piel; y sus labios con un rojo carmesí. Era una mujer hecha solamente con tres colores.
Sus gigantescos ojos bien abiertos, su pequeña sonrisa apenas arqueada, le daban una expresión inusual de serenidad que la llenaba de misterio. No podía distinguirse ni una sola arruga en su frente, ninguna mueca o línea de expresión parecían indicar que en su interior reinaban una absoluta paz mental y pureza de pensamiento. Era la típica expresión de un alma que jamás sufrió de inquietudes o preocupaciones, de una mente por la que nunca pasaron pensamientos oscuros, o que fueran más allá de las enseñanzas de su institutriz. La bestia podía estar atada, pero esta bestia ni siquiera sabía que lo era. Le habían dicho que era cordero, y no bestia, y ella se lo había creído por completo. Era un cordero atado.
 Sus manos y talones juntos, su pelo prolijo, su vestido largo y su cuello de novicia, le daban indicios de poseer una moral incorruptible. Su presencia y sus maneras decían muchas cosas, pero ella no decía nada. Fue Camilo quien, después de luchar un rato consigo mismo, logró romper el silencio.
–Verte así… Me hace sentir tan feliz que podría cantar las mil cosas que se me ocurren en este instante. Pero cantar no es lo que debo hacer ahora. De hecho, estoy haciendo todo al revés. Mi amigo Roger va a matarme…
Nina no respondió. Su padre les había concedido una caminata de una hora en el parque, y eso es lo que harían. Le extendió su brazo derecho con delicadeza, Camilo lo aferró y emprendieron la marcha. Irían a pie.
–No tenés miedo, no vacilás –comentó Camilo–. Ese detalle me agrada. Pero tampoco me hablás, Nina…
–No sé tu nombre –dijo por fin–. No sé qué podría decirte si ni siquiera sé tu nombre.
–Camilo. Camilo, y yo tampoco sé qué más decirte.
–Si no tenés nada para decir, entonces no digas nada –sus palabras sonaban crudas, pero su tono de voz era casi mágico. Lejos de parecer austera, Nina esbozaba con dulzura lo poco que decía, y siempre sonreía con vivacidad cuando dejaba de hablar, dirigiéndole al joven una mirada penetrante, en la que parecía entreverse cierta picardía.
Camilo acababa de enamorarse perdidamente de esa mirada. Cada vez que Nina terminaba de hablar, él se limitaba a hacer una pausa para observarla con una expresión bobalicona. Finalmente, le apretó fuerte la mano y le dijo:
–¡Estoy perdido!
Mostrando por primera vez cierto nerviosismo, apretando los puños y en tono de confesión, Nina le contestó:
–Yo siento como si por fin me hubieras encontrado.
Sin decir una palabra más durante el camino, llegaron al parque y se sentaron. El sol estaba por ocultarse, el suelo bajo el árbol estaba cubierto de flores, las sombras de las hojas desfilaban sobre el rostro y los ojos de Nina. Todo parecía crear una atmósfera perfecta, y Camilo quedó absorto contemplando todos esos detalles.
En algún momento, Dios sabe cómo, lograron romper el hielo. Algún punto en común, algún tema de conversación acertado los hizo expresarse fluidamente. Conforme transcurría la tarde, se fueron acercando hasta terminar acurrucados el uno con el otro, en un completo silencio que duró varios minutos.
–Tenés luz –le dijo Camilo por fin.
Nina rió.
–Entonces si fuera de noche, ¿brillaría?
–No lo sé. Quisiera averiguarlo –le contestó él astutamente–. A decir verdad, creo que sos maravillosa, y con haberte visto solamente hoy, me hice adicto a tu presencia. Hablarte, mirarte, reír con vos, me hace pensar que nos conocemos desde hace años. Ahora tenemos que volver, pero tengo ganas de verte mañana.
Nina no pudo resistirse a estas palabras, y en un arrebato de pasión, lo abrazó fuerte.
Nunca deberías irte de mi lado –le susurró al oído.
–¡Por supuesto que no! –respondió él, intentando por todos los medios ocultar el rapto de alegría y ternura que le produjo esa reacción–. Ahora sos mi Nina.
Y la abrazó también, diciendo:
–Sólo espero que esto no sea un sueño.
–No lo es –respondió ella, y lo miró fijo, ansiosa, esperándolo.
Se produjo ese silencio incómodo, que sólo anticipa una cosa. Y adivinándolo, él se inclinó un poco y apoyó suavemente sus labios contra los de ella. Bebió un fino sorbo de esa fuente de carmín.
–¡Y pensar que lo supe con sólo verte! –le dijo después.
–Me siento llena –dijo ella.
–Recién no me dejaste terminar. Quiero verte mañana de nuevo a esta hora, y cuando caiga la noche llevarte a conocer a mis amigos.
–¿A dónde?
–Es un bar al que voy todos los días, te va a encantar.
–Todos los días con vos –respondió ella, aferrándolo con fuerza, totalmente rendida ante el hombre que le había dado su primer beso.
Pequeños pies se apoyaban sobre el pasto, y una pequeña espalda la mantenía apoyada en el banco. Se veía tan liviana que parecía flotar. Sus pequeñas manos se aferraban a las de él. Ahora ambos flotaban.


*Este fragmento contiene un homenaje a la canción A Heart Full of Love de la obra musical Les Miserables.

Capítulo siguiente:

viernes, 25 de marzo de 2011

La Rebelión Secreta. Capítulo II.

La historia del pirata que se hacía acompañar por su trovador

Caían los últimos rayos de sol sobre los cristales de la taberna, aún desierta por la hora. Dulces acordes de guitarra sonaban de fondo, acompañados por las pisadas del tabernero sobre las maderas.
Los amigos de siempre se reunían en el lugar de siempre, a tomar cerveza y hablar sobre política. Como estaban casi solos, no se cuidaban de reprimir ningún chiste inadecuado, ninguna payasada, ninguna carcajada sonora.
Había dos hombres más sentados en el rincón más oscuro del bar. Uno de ellos, de aspecto bohemio, tocaba una melodía suave abrazado a la guitarra como si se tratara de una amante. El otro, cuyo rostro estaba cubierto completamente por las sombras, permanecía inmóvil y miraba fijo en dirección a la mesa de los amigos.
–¡Otra vez tarde, este tipo! –dijo uno de los jóvenes mirando el reloj.
–Yo opino que comencemos la reunión sin él –dijo el que parecía ser el líder del grupo. Su nombre era Teodoro.
–Yo opino –dijo el tercero, y señaló con disimulo a los dos extraños de la mesa del rincón– que hoy no hagamos reunión… –agregó bajando la voz.
–Llamemos directamente a las chicas, entonces… –respondió el primero.
–¡Ahí viene el gordo!
En efecto, Camilo cruzaba la avenida en ese momento, y se encaminaba en dirección al bar. Sin vacilaciones, abrió la puerta de par en par y exclamó:
–Don Basilio, ¡marche otra ronda para todos!
Los jóvenes se miraron entre sí, y esbozaron una sonrisa burlona.
–¿Qué pasó hoy, Cami? ¿Encontraste una piedra color rosa? –exclamó Teo, dejando salir una carcajada.
–Amigos míos –declaró Camilo parándose firme–: ¡me caso!
Las risotadas hicieron estallar el bar. El amigo gordito, lejos de ofenderse, esperó pacientemente a que terminaran. Pronto la diversión general se convirtió en curiosidad.
–¿Así que te casás? ¿Y con quién?
Camilo dio un profundo suspiro y se arrimó a la mesa, preparado para contar su historia.
–Su nombre es Nina, tiene quince años y es hija de un ex militar. La conocí en su fiesta de presentación en sociedad. Cuando la vi moverse con gracia de aquí para allá, creí estar en presencia de un ángel –hizo una pausa y su mirada se perdió en el techo–. Cantó, tocó el piano y recitó para todos. Supe en ese momento que me había enamorado perdidamente, y por eso di gracias a Dios ¡Ninguno de ustedes podrá conocer o aspirar a conquistar a una criatura de una belleza semejante! Ella es dulce, delicada, fina, inteligente…
–Sí, sí… ¡Es perfecta! –interrumpió uno de sus amigos– ¡Pero basta de trivialidades! Queremos saber detalles…
–¿La visitaste muchas veces? ¿Tiene alguna hermana soltera?
–Eh… No, muchas veces en realidad no –respondió cabizbajo–. A decir verdad, ni siquiera pude sacarla a bailar en la fiesta.
Todos los de la mesa quedaron perplejos.
–Gordo, ¿cuándo fue esta fiesta de la que hablás? –preguntó Teo, en tono de sospecha.
–¡Ayer por la noche! –confesó el joven, y se sonrojó al instante–. Ni siquiera me atreví a hablarle, ella no me conoce ¡No sabe quién soy!
La carcajada esta vez fue masiva. No sólo se reían los amigos, también el cantinero, y con disimulo también otras personas sentadas en las mesas aledañas.
–¡Amigos, amigos! –Camilo trató de llamar su atención, pero le resultó imposible hacerlos callar–. ¡Amigos! Si me escucharan podría decirles que su padre es amigo del mío, y que ya hablé con él. Me dio su consentimiento para que tengamos una cita…
–¿Ah, sí? –contestó el cantinero Basilio desde la otra punta del bar, y continuó riendo.
–¡Sí! ¡Y cuando me conozca y sepa todo lo que siento por ella, también me va a amar! ¡Estoy seguro!
–¡O te va a sacar cagando, gordo! –dijo un quinto hombre, al tiempo que clavaba una daga sobre la mesa de los amigos. Todos se callaron al instante y se quedaron perplejos por el atrevimiento de aquel desconocido.


Era el hombre que había estado sentado en una de las mesas del rincón. Ahora daba la cara y podían verlo bien: tenía una cicatriz en el brazo. Era alto y de aspecto fuerte, y vestía una camisa blanca muy desgastada, mal abrochada y rasgada en el cuello, pantalones rotosos y unas pesadas botas militares.
–¿Quién es usted, señor? ¿Cómo se atreve? –dijo Teo levantándose de un salto y poniéndose en guardia con su cortaplumas. Los otros dos lo imitaron. Camilo moría de miedo.
El joven no contestó. En vez de eso se quedó de brazos cruzados y sonriendo levemente, mientras acordes de guitarra comenzaron a sonar a sus espaldas:

De los hombres el más temido
Por las damas el más deseado
De la mala vida buen amigo
Por cada sitio está de paso

De gran calaña y galanura
Tengan respeto y no rencor
En presencia del hombre aventura
Del gran pirata Rogelio,
Del bandido conocedor

–¡Roger! –Camilo saltó de su silla– No te había reconocido, ¡hermano! –exclamó, y corrió a abrazarlo–. Así que volviste a la ciudad, ¡qué sorpresa me diste!
Los demás se miraron sin entender.
–La canción fue pésima –se susurraron uno a otro.
–Roger, estos son mis amigos: Teodoro, Alexis y Esteban; estudiantes de derecho. Muchachos, Roger es mi mejor amigo, y lo conozco desde que eramos así –dijo colocando su mano en horizontal y acercándola al suelo.
–Mucho gusto –dijo Esteban estrechando su mano–. Así que sos una especie de pirata que se hace acompañar por… –concluyó la frase señalando al bohemio de la guitarra.
A su vez, este contestó con un verso cantado:

Yo soy Ernesto, el trovador

–Así es –dijo por fin el pirata mientras tomaba asiento–. Viajo mucho, vivo aventuras, y en una de ellas conocí a mi talentoso amigo Ernesto, quien me acompaña desde entonces. Conozco todo tipo de lugares, todo tipo de personas –su voz sonaba firme y resuelta–. Tuve tantas amantes como mujeres habrán conocido ustedes cuatro en sus vidas. Y sé mucho sobre lo que puedan llegar a imaginarse…
–Él vive las aventuras, y yo las cuento con mi guitarra– agregó Ernesto con simpatía.
Alexis y Esteban se miraron con expresión de desdén. Teo no lo juzgó mal, se encontraba pensativo, curioso.
–Ahora que volviste vas a ser el padrino de mi boda –continuó Camilo– ¡y de mis hijos también! Van a ser tres… –repetía mientras tocaba sucesivamente cabecitas imaginarias de niños de distinta altura.
Roger sonrió.
–Primero voy a ayudarte a arreglar este quilombo.
–Eso esperaba, nadie sabe de mujeres como vos.
–¿Qué van a hacer? ¿A dónde van a ir? ¿Qué le vas a decir? ¿Cuándo es la cita?
–No sé, no sé, no sé… ¡hoy! –respondió Camilo en tono inseguro.
Mientras tanto los tres amigos cuchicheaban entre sí. Al parecer, Teo tenía grandes planes para el personaje excéntrico que acababan de conocer


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jueves, 24 de marzo de 2011

La Rebelión Secreta

Capítulo I
Camilo

Se precipitó con furia hacia la calle, comandado por sus propias pasiones. Comenzó a correr con tanto éxtasis que tuvo ganas de jugar una carrera con el viento hasta la esquina. Dio monedas al mendigo cuando pasó por la iglesia, y robó un clavel de la florería. Puso un pie sobre el peldaño de un farol y, aferrándolo con la mano, dio una vuelta en torno a él mientras olfateaba con gusto la flor. Su espíritu fluctuaba, sus pensamientos se entrelazaban. Su cuerpo se movía al ritmo de una música bellísima, pero sin sentido.
–¿Será que todas las pasiones empiezan así? Yo no lo sé… –dijo con atrevimiento a una niña que pasaba, y le regaló el clavel.
El sol de la mañana le daba en el rostro, intimidando sus ojos pequeños, tan azules, tan llenos de brío. En vez de caminar pegaba saltos, que hacían alborotar la mata de rulos rojizos que crecía en su cabeza.
–Así que de golpe me planté en una esquina y miré para todos lados. Entendí que la ciudad no era un buen lugar para sentarme a afrontar los cambios que están teniendo lugar en mi alma, y entonces me pregunté “¿Qué sitio puede ser tan hermoso como el amor tan profundo que siento por ella?” Pensé en lago, flores, pájaros, niños jugando… Y acá estoy, sentado en el medio del parque charlando con ustedes, queridas señoras –concluyó, y les dirigió una sonrisa tímida.
Dos de las ancianas se miraron entre sí, esbozaron una sonrisa irónica y siguieron jugando a la canasta. La tercera asintió con ternura y se prestó con amabilidad a seguir escuchando al joven.
–Correr hasta acá me hizo agitar mucho –prosiguió–. Supongo que debo aceptar que no estoy en buena forma –dijo midiéndose el estómago con las manos–. Pero al menos la redondez es sinónimo de salud, y eso es atractivo para las damas.
Hizo una pausa para dar un profundo suspiro, y prosiguió con su monólogo.
–No puedo evitar pensar que en adelante todo será tan diferente. Recién vi a los estudiantes entrando a la facultad, la gente que va a trabajar… Todos me parecen ajenos, como atrapados en un mundo de preocupaciones.
«Y todo lo demás: las casas, los árboles, los postes, los negocios, están en el mismo lugar que ayer. Pero hoy… ¡Hoy empecé a ver todas esas cosas con ojos de felicidad! El mundo no es el mismo, por lo menos para mí. Aquel espejo del almacén pasó a ser el espejo donde me miré por primera vez desde que la conocí. Y ese sol –dijo mientras se paraba sobre el banco– ¡ese sol que me ilumina desde hace veinte años, hoy me conoce enamorado! –gritó mientras apuntaba al cielo con el índice. Luego, sintiéndose avergonzado, se volvió a sentar.»
Discúlpeme usted –dijo tomándole la mano a la anciana que lo contemplaba con ternura–, pero desde hace una hora y media, mi cabeza sólo puede girar en torno a una sola cosa. No dejo de hacer planes, construir castillos de arena… ¡Es que me siento tan seguro ahora! Todo cobró sentido de repente. Antes sentía la vida como algo vacío y efímero, tenía miedo a la desgracia y a sufrir, pero ahora siento que si muero mañana, moriré feliz. Y si algo malo llega a pasarme… ¿Qué más da? ¡Tengo un amor!
Se relajó un momento en el banco, sintió la brisa deslizarse en su piel, y cuando por fin bajó su excitación, se puso de pie y dijo:
–Aunque han sido muy amables, poco deben importarles las palabras de este desconocido maleducado. Señoras mías, he decidido partir al encuentro de aquellos que me conocen como la palma de sus manos. Adiós, y gracias por este adorable momento –y con una suave reverencia, se despidió y se alejó de aquel lugar.